Para ser sacerdote hay que tener un don, y más allá de eso, una vocación, puesto que se tiene que renunciar a muchas cosas que las demás personas consideramos normales. Recientemente, tuvimos el gusto de platicar con alguien que ha dedicado su vida al servicio de Dios, y quien nos contó parte de su camino en el sacerdocio.
Se trata del padre Javier Martínez, una persona muy amable que tuvo la gentileza de atendernos en el Museo del Aire de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH), lugar en donde él es capellán.
“Mi vocación viene alimentada por la formación religiosa de mi familia, mi madre era una fiel de Nuestra Parroquia de Valle de Ángeles, San Francisco de Asís. Mi abuela que era la rezadora del pueblo, y después comienza el deseo de ser sacerdote a la luz del testimonio del padre Arismendi Salinas, que es el que nos acompañó a mi hermano que también es sacerdote, y a mí, espiritualmente”, manifestó el padre Javier.
Posteriormente, su formación inició en Honduras, en el Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa en el año 2003, luego en el año 2013 sacó un diplomado en Educación Religiosa y Pastoral Educativa en Costa Rica, dos años más tarde fue enviado a Roma a estudiar Teología Moral, en donde también se especializó en Causa de Santos y en 2017 sacó un máster en perfeccionamiento sobre Bioética, siempre en la ciudad italiana.
Para concluir sus estudios en Roma, decidió sacar un curso para especializarse en París, sobre algunos teólogos franceses en el área de la moral, de esta forma, culminaba su preparación fuera del país, y regresó a Honduras.
Algo que el sacerdote recalcó, es que una de las cosas más complicadas de todo este proceso, es separase de su familia. “No cabe duda que uno extraña a sus familiares, sin embargo, desde el proceso del seminario, uno comienza a aprender a desprenderse de lo suyos, y a poder vivir esa experiencia”, comentó el presbítero.
¿En qué momento es nombrado como capellán de la FAH?
“Yo regreso de Roma en agosto de 2016, en ese mismo mes el cardenal me pide que asuma la parroquia Cristo Resucitado de Loarque y había una especie de acuerdo, que el que era párroco de Cristo resucitado, era capellán de la FAH por la cercanía”, indicó el sacerdote.
También comentó que él es el encargado de coordinar la Pastoral Castrense, la cual es la organización para la evangelización de los militares y de la policía, asimismo, representa a la iglesia de Honduras en la Organización Latinoamericana de la Pastoral Castrense.
Hablando de su vida personal, el padre Javier tiene muchos pasatiempos, pero uno de ellos es el fútbol, y comentó que de pequeño se escapaba con sus amigos de Valle de Ángeles hasta el campo de la Isla en Tegucigalpa para poder entrenar. “Siempre he sido apasionado y aficionado por el Motagua, es el club de mis amores y cien por ciento ciclón azul”, agregó el capellán con una sonrisa en su rostro.
Por otra parte, al momento de consultarle si alguna vez le había llamado la atención el tema de las aeronaves, respondió que sí, y de niño le hicieron la pregunta en televisión ¿qué le gustaría ser de grande?, a lo que él respondió, piloto o presidente.
¿Qué sintió al momento de enterarse de que iba a recibir una acreditación honorífica como piloto de la FAH?
“Creó muchas expectativas el tema de la preparación, fue algo que estaba pendiente y tengo que seguir creciendo y formándome, porque la aviación no es algo que está terminado, cada día hay que actualizarse y aprender y la FAH me dio la posibilidad de poder sentir ese deseo de volar y surcar los cielos”, añadió el padre con un tono de alegría.
Además, dijo que esa expectativa se convirtió en una emoción, que ha ayudado a que se despierte esa pasión por la aviación y el compromiso por seguir conociendo más de este tema.
Algo que hay que aclarar, es que el padre Javier no recibió un título de piloto como tal, ya que, esto conlleva una larga preparación, su acreditación es un reconocimiento por formar parte de la familia de la FAH.
En cuanto al tema de los nervios en su primera experiencia por los cielos, aseguró que desde el momento de su notificación en 2020, tuvo la ansiedad de saber cómo era volar una avioneta, de igual manera, los nervios también jugaron un papel importante, seguidos por la adrenalina que confesó sentir cuando estuvo en los aires. “Al bajarme del avión me temblaban las piernas y mejor me tiré al suelo”, dijo el sacerdote entre risas.
Aquel recorrido del padre Javier por los cielos, duró entre cuarenta minutos y una hora, tiempo suficiente para volar sobre la zona del Zamorano, los municipios del sur de Francisco Morazán como Reitoca y Alubarén.
¿Qué relación encuentra entre un sacerdote y un piloto, al usted ser los dos al mismo tiempo?
“Primero es el llamado a servir, todo sacerdote está llamado a servir, y todo piloto está llamado a servir a la patria, y yo creo que lo que une estas dos realidades es eso, el servicio y la entrega a los demás día a día. El piloto hace un sacrificio y deja a su familia, el sacerdote también lo hace”, expresó el padre.
Antes de concluir le preguntamos si ya está listo para volar de nuevo, y contestó que no lo está del todo. “Listo, listo, no, pero sí estoy dispuesto y deseoso de seguir creciendo y conociendo más de la aviación”, puntualizó el sacerdote.
De esta manera finalizamos con esta bonita historia, en donde pudimos ver como el padre Javier cumplió el sueño que tenía de niño, y una vez más queda comprobado, que esos deseos de nuestra infancia, a veces sí pueden hacerse realidad.
Foto: Pavel Aguirre