El puente más emblemático de la ciudad, ese que ha aguantado terremotos, huracanes y las crecidas más embravecidas del río Choluteca, este 6 de marzo llega a su bicentenario de fundación, aunque no luce sus mejores galas como en décadas pasadas.
Ubicado al final de la primera y segunda avenida de Comayagüela y la calle que entre el Banco Central de Honduras (BCH) y el antiguo edificio de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (ENEE) pasa por el Congreso Nacional en Tegucigalpa, el Mallol es el primer paso que conectó a ambas ciudades en 1821.
Puente de la Villa de Tegucigalpa
Hablando un poco más de su historia, es importante subrayar y hacer del conocimiento de todos los capitalinos y hondureños que, el nombre con que lo conocemos actualmente al puente, no es el mismo que se utilizaba en la época colonial, para aquel entonces, simplemente se referían al paso como «Puente de la Villa de Tegucigalpa».
Aunque la construcción del puente se le acredita al alcalde mayor y último que tuvo el pueblo, Narciso Mallol, la documentación histórica nos indica que el proyecto del puente ya había sido planteado desde 1817, siendo alcalde mayor interino, Simón Gutiérrez, quien era coronel y fue el encargado de hacer la solicitud a la Audiencia de Guatemala para recaudar fondos con el fin de construir el paso.
En referencia al primer diseño, curiosamente, los planos que fueron enviados a Guatemala, diseñado por José María Rojas, planteaban que se usaran columnas para la edificación de la obra, esto debido a que en el año 1809 hubo un terremoto que dañó varias iglesias y habían notado que los arcos en estas fueron muy afectados. Sin embargo, tal planteamiento fue desechado por las sugerencias desde Guatemala, donde propusieron los arcos, los diez que vemos aún.
Inicio de construcción en 1818
«En enero de 1818 se comenzaron a hacer las obras, tres meses después, se concluyeron los ocho bastones que componían el puente. Todos los vecinos de Tegucigalpa ayudaron con el acarreo de piedras y cales, a proporcionar la madera sin costo alguno, y por parte de los carpinteros, dieron su trabajo sin pedir un salario, más que la comida diaria y veinte pesos que se le dieron de gratificación», dice el libro «Provincia de Tegucigalpa bajo el Gobierno de Mallol» de Rómulo Ernesto Durón.
Además de voluntarios, la mano de obra también provino de los indígenas que estaban asentados en Comayagüela y concurrieron personas mestizas en calidad de jornaleros y de maestros de obra. Otros que trabajaron en la obra fueron los reos de la época, según se conoció, en varias causas criminales que ocurrieron en los años mientras se construía el puente, se dictaba como pena que el recluso debería trabajar cierta cantidad de tiempo en las obras del puente, por eso muchos de los trabajadores andaban encadenados.
Para los fondos, si bien se realizaron recaudaciones entre los vecinos de Tegucigalpa y de otros pueblos de la región, otra gran parte del dinero provino de los fondos del ayuntamiento. Estos se llamaban «Propios y Arbitrios», esto era dinero recolectado en calidad de impuestos y de la renta de ciertas propiedades que pertenecían al ayuntamiento. No obstante, para hacer uso del dinero, siempre se debía solicitar permiso a la Audiencia de Guatemala.
Lastimosamente, Narciso Mallol no pudo ver la obra finalizada, debido a que murió el 6 de marzo de 1821, fecha de inauguración que en honor a él, estamos dándole al puente, puesto que no hay registros de un día exacto de la apertura del mismo. Para 1857, el explorador William Wells, en su libro «Explorations and Adventures in Honduras», describió así al puente: «…es de diez arcos, tiene la vía ocho varas de ancho por cien de largo. Está construido de piedra arenisca que se trabaja fácilmente, pero que resiste la acción del tiempo. La balaustrada o antepecho, que mide cuatro pies de altura es en su parte superior de piedra cincelada. La construcción es sólida y de arquitectura puramente española. Tiene cuarenta pies sobre el río y es suficientemente fuerte para el peso de cualquier tren».
Dos siglos después
En la mayor parte de las ciudades del primer mundo, obras como estas se encuentran con el mantenimiento adecuado para tener un funcionamiento correcto y para evitar cualquier catástrofe, sin embargo, lamentablemente este no es el caso del Puente Mallol, que luce con sus barandales destruidos, la calle con grietas y con varios hoyos de importante consideración.
Las luminarias que hace muchos años iluminaban la conexión entre las ciudades que conforman el Distrito Central, se encuentran quebrados y sin uso, con postes improvisados que le quitan el encanto a la obra. Doscientos años transcurrieron y aún no aprendemos el valor de cuidar la historia nacional, el patrimonio que nuestros ancestros nos heredaron.
Agradecimiento especial a Pedro Quiel, quien con mucho entusiasmo nos compartió parte de su investigación del Puente Mallol.