Jefris Gutierrez
Ante más de 21,000 almas y un gran número de amigos, familiares y compañeros, su “Majestad”, Michael Jeffrey Jordan, decía adiós al baloncesto profesional un 16 de abril del 2003 vistiendo los colores de los Washington Wizards en el First Union Center de Philadelphia, Pensilvania.
Después de haber tratado de abandonar las duelas en dos ocasiones (1993 y 1999), llegó finalmente el momento de poner un alto a una carrera plagada de muchos éxitos que lo llevaron a convertirse en el máximo referente de la NBA.
Atrás quedaron sus fantásticas hazañas, sus jugadas decisivas en los últimos segundos en donde los relojes parecían ser cómplices silenciosos de los actos de magia que solo Jordan podía ejecutar. Atrás quedaron las miradas desafiantes de sus rivales, los escándalos, las amargas derrotas y las ganas de conquistar la victoria.
Ese día nadie se quedó en su butaca, todos de pie reconociendo a uno de los atletas más destacados de toda la historia del deporte. Todos contribuyeron para generar una gigantesca ovación que conmovía al mítico 23, que a sus 40 años de edad se marchaba del mejor baloncesto del mundo, dejando un vacío imposible de llenar.
“Es el momento de irse, y no es una decisión difícil de aceptar porque físicamente sé y siento que ha llegado la hora”, palabras que anunciaban el doloroso adiós.
Y como no podía ser de otra manera, días después de su retiro, publicó una emocionante carta en donde relató sus comienzos y el encuentro con el gran amor de su vida, la pelota de básquet; “Querido básquetbol: Han pasado 28 años desde que te vi por primera vez en la parte posterior de nuestro garaje. Han pasado 28 desde que nuestros padres nos presentaron. En ciertos aspectos, te convertiste en mi vida. Mi pasión. Mi motivo. Mi inspiración”. Al balón: “Me encontraste en la esquina y nos pusimos a bailar. Con todo amor y respeto, Michael Jordan”.
