En estas fiestas navideñas que bonito es llegar a casa, ver a tu familia y comer las deliciosas preparaciones de la abuela, abrigarse bien y sentarse frente a la fogata. Ahora te imaginas que no tuvieras ninguno de esos privilegios.
El otro lado de la moneda sería no saber dónde ir, no tener a quién abrazar a media noche, nada que comer y morir del frio en las calles de Honduras. Eso es lo que pasa con cientos de niños, adultos y ancianos hondureños que en estas fiestas se sientan esperando que una persona de las que sí tienen capacidades, reaccionen, que vean el dolor detrás de la mirada perdida.
Hace poco pasaba por Plaza Miraflores, me senté en una banca para matar el tiempo, un señor estaba en el suelo y lo más curioso para mí fue que no estaba pidiendo absolutamente nada, así con la mirada perdida en el horizonte, me pregunté que estaría pensando. No tenía puesto zapatos y lo único que lo abrigaba era un sombrero que tenía frente a sus manos para tapar sus hombros del frío, pasaron varias personas y ni siquiera se detenían a mirar.
Después de unos minutos, me levanté y le ofrecí algo de comer, no me contesto. Solo sonrió y me pregunté porque este señor me parecía tan extraño, no decía nada a lo que supuse que no podía hablar, fui a comprar algo para comer y se lo ofrecí, el seguía allí con la mirada fija en sus dedos rasposos y sucios, le di una burrita y me senté a seguir esperando que llegaran por mí. El señor comió sin decir una palabra, me quedó viendo y sonrío, fue la forma más linda en la que alguien me pudo haber dicho gracias.
No lo volví a ver, pasaba siempre por ese lugar tratando de encontrarlo, pero nada, no había nada. Les cuento esto porque me sentí tan desolada, ese señor no dijo nada, pero sí se notaba que me entendía, a lo que me pregunté si ya estaba demasiado cansado para pedir ayuda una vez más y al descubrir que probablemente fue eso, se me hizo un nudo en la garganta.
Nuestros ancianos están perdiendo la esperanza y nosotros no estamos haciendo nada por ayudarles, no somos dignos de ellos que siempre han tenido silencios que ten enseñan un montón. Yo quisiera volver a verlo y regalarle un abrigo, pero desapareció por arte de magia.
De él aprendí tanto, aprendí que los silencios a veces dicen más que mil palabras y que los gritos de ayuda en estos tiempos ya no los estamos escuchando, que una sonrisa te cambia la vida y que nos hemos vuelto tan fríos con aquellos que más nos necesitan que les hemos hecho perder la esperanza.
Es Navidad y quizás nosotros tengamos todo y nos sobre, ellos no tienen nada, nada para el frío, nada para comer y a nadie a quien abrazar, hagamos el cambio este fin de año y cada vez que nos crucemos con un ángel en la calle, tratemos de aportar a su vida, una sonrisa te cambia el día, te imaginas si le damos algo que necesiten, posiblemente vuelvan a creer que hay gente maravillosa caminando por allí.