Policía Militar muere en enfrentamiento con mareros. ¿A quién le importa?

Ariel Salas, de apenas veinticuatro años, murió mientras enfrentaba a mareros en una zona caliente de Chamelecón.

Hoy será enterrado en Olanchito.

Las imágenes de sus compañeros llorando sobre su cadáver, apenas segundos después de ser alcanzado por las balas disparadas por delincuentes, eran desgarradoras.

Salas murió en el cumplimiento del deber de proteger a los hondureños honrados y trabajadores de aquellos que extorsionan, secuestran, asaltan, trafican con drogas y realizan masacres.

La noticia, sin embargo, pasó desapercibida, porque la sociedad es indiferente a la labor que realizan estos héroes anónimos que, como Ariel Salas, arriesgan su vida todos los días.

En las redes sociales nadie condenó lo sucedido. Así somos. Desagradecidos. Apáticos. Solo servimos para señalar los errores de las instituciones, pero no somos capaces de reconocer la labor que realizan día y noche, a pie o en patrullas, con el enemigo al acecho.

Ellos, policías y soldados, que sacrifican a sus familias, sus horas de descanso, sus tiempos de comida, porque para primer está el cumplimiento el deber.

Después habrá tiempo para jugar con sus hijos, hacerles el amor a sus esposas, comer, descansar, ver un partido del Mundial.

“Para eso se les paga”, dirán algunos. Y tienen razón. La diferencia es que Ariel Salas, como muchos otros soldados y policías, pagó con su vida.

Ojalá que el Estado no deje en el abandono a la familia de Ariel Salas. No sería justo.

En paz descanse este héroe de la patria.