Los tibios sermones del cardenal Óscar Andrés

Por RAMÓN LÓPEZ P.

Ayer fui a misa a la Catedral y salí, una vez más, decepcionado del sermón del cardenal Óscar Andrés Rodríguez.

Mucho de celestial; poco de terrenal, de cosas que afectan a los hondureños, en especial a los más pobres.

Como líder de la iglesia Católica, Rodríguez, que es casi venerado como un santo por muchos, es una de las voces más influyentes del país.

Cada domingo, el cardenal Rodríguez tiene la oportunidad de ser una voz en el desierto que denuncie los abusos que se cometen contra el pueblo. Pero no lo hace.

Todo porque quiere quedar bien con Dios y con el Diablo.

En su homilía del domingo, volvió a lo mismo de siempre: a hablar mucho y a decir nada.

Pidió que las promesas de campaña no queden sólo en eso: en promesas. También pidió a los políticos a pensar en el bien común (petición ingenua), y criticó a los que les interesa más acumular riquezas “y cambian la adoración al verdadero Dios por la del becerro de oro”.

En sus sermón, no habla de la reelección (que es ilegal), ni llama a un debate presidencial. Tampoco critica la pobre labor de la nefasta Misión de Apoyo contra la Corrupción e Impunidad en Honduras (Maccih), de la quiebra del Seguro Social, de la ineptitud de Pepe Lobo…

Al César lo que es del César, o, para ponerlo de una manera más popular: al pan, pan, y al vino, vino.

Yo no diré que es vendido, ni acomodado, pero sí puedo señalar, como católico que soy, que espero mucho más del cardenal, que se baje del púlpito y se acerque a su gente, a los más humildes, a esos que, como Cristo, nacieron y viven en la pobreza.