Hay cosas que simplemente no se puede ocultar; en mi caso, nunca he escondido mi amor por el azul profundo, pues desde que tengo uso de razón soy seguidor del Motagua y lo seguiré siendo por el resto de mis días.
A pesar de ello soy amante del fútbol, y el partido entre Olimpia y el Alianza FC prometía un gran espectáculo, es por ello que entre los más de 20 mil aficionados “Merengues” había uno que otro colado, entre ellos su servidor.
No seré hipócrita, no les diré que andaba apoyando a los suyos o algo por el estilo, no jugaba mi equipo, así que no tenía por que andar socando por resultados, simplemente asistí al Estadio Nacional y me llevé una grata sorpresa.
Ante tanta ilusión y entrega por parte de los aficionados fue imposible no guardar esos bellos momentos que te brinda este hermoso deporte, esa pasión que se demuestra en un grito, un movimiento o una mirada.
El tiempo pasaba y fueron pocos los que bajaron los brazos, manteniendo la esperanza de la remontada, esa que llegó con el gol del delantero Carlo Costly.
Después de eso todo fue único. Tenían que estar ahí para vivir un momento como pocos, olvidarse del celular, escuchar y ver unos minutos donde la hinchada del “León” se entregó sin condición alguna, tal y como si hubieran ganado un campeonato.
“Yo soy Olimpia, y este sentimiento no puedo parar…”, se escuchaba en cada rincón del inmueble capitalino.
Los jugadores se sentían en lo más alto, no querían irse de la cancha pero debían hacerlo, es por ello que antes de partir a camerinos se fueron a despedir de la Ultra Fiel, esa barra que nunca los deja solos.
Lamentablemente tenemos que esperar este tipo de partidos para ver como la pasión por el fútbol nos vuelve locos a los hondureños, tal y como sucedió aquel 20 de octubre del 2015, cuando Motagua empató 1-1 ante el América, siempre en el Estadio Nacional.
En fin, ahora Olimpia pone los ojos en el Plaza Amador de Panamá, equipo con el que se verá las caras en las semifinales de la Concacaf League.