Hay días en los que andas caminando por la vida más acabado que hombre con tres novias; sin pisto y que ni para fresco andas”.
¿Hay algo peor que eso?
Pues lo que les quería comentar que hace unos días fue exactamente lo que me pasó. En estos días ando tan estresado que todo me sale mal.
Son días que te levantas y te das cuenta que no hay ni para llevar el almuerzo; y los últimos frijoles que quedaban se los comieron en tu casa. Buscas tortillas pero las últimas que quedan son las que están en tu refrigeradora desde la semana pasada que ya están más que “tayudas”.
¡Mal inicio del día!
Me voy a bañar y olvido la toalla al otro lado del cuarto; osea que toca pegar los gritos o alaridos para la pasen, y si no lo quieren hacer, debo salir corriendo desnudo hasta el cuarto y evitar quebrarme el pico en el piso.
Justo cuando decido ir vestido más decente de lo normal al trabajo y no verte tan amargado por no andar pisto; buscas en tu ropa, encontras esa camisa que te hace “parecer como la gente”, y te fijas que está más arrugada que la cara de Chabelo.
Me digno a planchar la ropa y como un pinche chiste de la ironía y del destino, los “benditos de la EEH” quitan la luz…¡¡”FACKKK hijos de su santa progenitora ¿Por qué hoy?!!
Un momento… Si quitan la luz es porque ya son las 9 am… ¡VOY TARDE!
Al vestirme como “alma que se lleva el diablo”, salgo directo para la parada de buses. Soy consciente que en mi cartera ando únicamente 4 lempiras, osea que no me alcanza ni para el rapidito ni para el colectivo, y caminar no es una opción porque voy tarde para la chamba.
Luego de varios minutos de rogarle, al taxista de “confianza” que me fié la carrera, me doy por vencido y me monto al bus amarillo que “va vacío en la parte de atrás”; es como si regresará a mis primeros años de la Universidad.
Mi “mal día” va pareciendo un mal chiste cada vez más.
Y como si la cosas no se podían poner peor, cuando ya me aproximo a mi destino y el cobrador , que tenía cara de pocos amigos, una pinta que te hace guardar el celular, pantalones flojos, mochila pegada al cuerpo y pelo parado; me pide “el pasajeee”, yo saco mi billetera -para pagarle con los cuatro lempiras que andaba- pero para mi sorpresa lo único que andaba eran tres lempiras, sí, tres lempiras.
Creo que mi cara de vergüenza, frustración y enojo que tenía en el momento no tiene descripción, tanto que el cobrador al verme me dijo:
“Nombe, tranquilo, así déjelo, yo le pongo el otro lempira”
Esta simple frase, probablemente insignificante para muchos que están leyendo, fue como una cachetada a mi forma de ver las cosas,
Ese cobrador al que le creía un asaltante en potencia, ese extraño que seguramente tenía mayores problemas económicos que yo, se sacó UN LEMPIRA de la bolsa para ajustarme el pasaje. ¡Increible!
Un lempira de su sueldo, poco para muchos, pero tan necesario para él probablemente, esto sin duda me cambio el día.
Continué andando sin pisto hasta el fin de mes, pero después de esa bofetada ya no había excusas para andar amargado.