Once meses sin Guillermo Anderson. ¡Te extrañamos, pobre marinero!

Hace once meses estaba sentado en el sillón de la sala de mi mamá, cuando me enteré de la muerte de Guillermo Anderson.

Empecé a llorar, impactado por el vuelo prematuro del cantautor cuyos poemas hechos canciones me habían acompañado durante 29 años.

Recordé aquel viejo casette RETRATOS que compré en el Teatro Manuel Bonilla.

Recordé a Pepe Goles haciéndo juego a la tristeza, y Chago, el tipo tranquilo al que un hermano y le esposa le decían que en el norte iba a ser feliz.

Las lágrimas me salían bajando por las mejillas, mientras me preguntaba “¿Por qué Guillermo, si es uno de los mejores hijos de esta triste Honduras al que él siempre vio con esperanza?”.

Once meses sin Guillermo, pero en Bar La Gloria continúan sirviendo guifitti, cerveza y dos marcas de ron.

Once meses sin Guillermo y la barca del Pobre Marinero sigue atrapada en la playa de sueños de una mujer.

Once meses sin Guillermo y Malena le sirve café con leche.

Once meses, y le duele en el corazón porque cortaron el árbol que guardaba en su memoria el recuerdo aquel, y el Capitán Morris llega con su goleta al puerto, y María Dolores sueña que vuela entre los maizales, y el bullicio del mercado es el alma de mi país, y él busca a la miskita linda en Puerto Lempira.

Cómo me hubiera gustado que ese 6 de agosto jamás nos llegara para arrebatarnos al Guillermo que me saludaba con “¿Ajá vos, cómo estás?”.

Veo pasando las garzas de dos en dos, Guillermo, y yo sigo pensando en vos con nostalgia, aunque me reconforta un poco porque aún suenan la guitarra y la marimba, las maracas y el acordeón, la flauta y la caramba, el tambor y el caracol…