Por ADOLFO PEÑA CABÚS
Acuso al licenciado Jorge Bueso Arias de manera abierta, frontal, directa.
Lo acuso de ser el mejor de los hondureños de nuestro tiempo.
Y a las pruebas me remito. En una era en que las opiniones son dictadas por la conveniencia, la voz firme, pausada, convincente y siempre franca de don Jorge Bueso orienta a los hondureños desorientados por abusos y tropelías de algunos burócratas con la resonancia de heresiarcas bien pagados.
He tratado muy poco personalmente a don Jorge, pero casi todos los hondureños estamos familiarizados con su figura casi patriarcal. Desde que yo era un niño vengo escuchando cosas sobre él, y siempre han sido cosas buenas.
Sabemos que siendo un hombre joven, él sale del país para estudiar en el extranjero, y al regresar combina esos conocimientos con las mejores y casi extintas tradiciones castellanas de nuestras tierras altas, donde combinan las mejores virtudes ibéricas y de la incorpórea Sefarad: Frugalidad, trabajo constante, lealtades permanentes.
Junto a otros visionarios que creyeron en él, a mediados del siglo anterior funda un banco que es orgullo del sistema financiero nacional; un banco que presta en condiciones justas, no le ocasiona sobresaltos a sus depositantes, un banco que gana dinero dando un buen servicio, un banco donde el slogan no es ninguna broma, y donde los accionistas reciben dividendos, porque para eso es la sociedad mercantil anónima según la clásica sentencia norteamericana en el juicio de hace un siglo “Hermanos Dodge versus Ford”.
Su válida motivación capitalista de obtener ganancias nunca le ha obnubilado ante el concepto de la responsabilidad social, que no es mutuamente excluyente con el lucro empresarial. Y tiene la autoridad moral para pedir y esperar de sus empleados moderados sueldos y salarios, porque el mismo es austero y sobrio para vivir, no ofende a nadie haciendo ostentación del patrimonio que su familia ha formado en siglos de trabajo honesto. Es que son otros, sus valores.
Hombre seguro de sí mismo, ciudadano del mundo pero orgulloso de su terruño, en Navidad no permite que el banco exporte divisas para la industria escocesa de licores, y dispone que sus mejores clientes y empleados reciban una delicia gastronómica salida de los hornos de esa tierra copaneca.
Auténtico, el hombre, no hay duda.
El licenciado Bueso Arias estuvo en el gobierno mejor que ha tenido el Partido Liberal, aquélla búsqueda de un Camelot durante los años cincuenta, cuando de la mano del inolvidable Ramón Villeda Morales el país despierta al libre juego democrático.
Y entonces, cuando la inmensa mayoría de sus conciudadanos escasamente veía hasta nuestras tres fronteras, don Jorge veía un gran mercado desde el Sur de Chiapas hasta el Norte de Panamá. No le entendieron.
Cultivador de tabaco en la cuna de la hoja que se fuma, ha continuado la prestigiosa trayectoria de su familia, cuyo negocio se remonta a los albores de la fundación de su ciudad, entonces “Santa Rosa de los Llanos”.
Ya es tiempo de que la figura de “Don Melo”, bien conocida por los ávidos lectores de Cigar aficionado, sea acompañada por la del mejor de la estirpe Bueso, el que aún vive y ojala que viva muchos años más para beneficio de su familia, sus empleados y amigos, y los hondureños que lo admiramos. Sin embargo, responsable y de principios, el Licenciado Bueso no auspicia propaganda dirigida a jóvenes para inducirlos a comprar cigarrillos, más bien se opone a ello.
Hombre conocedor de la ley y respetuoso del concepto de sociedad anónima, cuando las acciones de una antigua empresa copaneca despertaron el interés de adquirentes extranjeros, cualquier otra persona que no tuviera los principios bien amarrados con bayal y canculunco hubiera comprado “quedito” esos títulos que no valían casi nada, y se hubiera convertido en un Creso; no, Don Jorge no hizo eso. Hizo todo lo contrario; les dijo que no vendieran, que pronto podrían venderlas a muy buen precio. Me consta, como abogado, que así pasó. Doña Edith Gauggel de Rodezno sabe algo de esto.
En la historia de las sociedades mercantiles hondureñas el caso de La Flor de Copan S.A. es uno de los mejores hitos, pero solo es una de las muchas facetas de la integridad de Jorge Bueso Arias. Y no se empobreció por actuar con decencia, ganó lo que tenía que ganar con las acciones propias, pero se preocupó de que todos los accionistas recibieran la parte que les tocaba del pastel accionario. El es un verdadero forjador, ojala que más gente se formara en igual crisol de la decencia.
En nuestro medio, donde priva el pesimismo y lo negativo es tinta negra que mancha el prisma con que los hondureños vemos la vida, estoy seguro de que si el día de esa histórica Asamblea de Accionistas Don Jorge se hubiera tomado unos tragos y conduciendo como chavo loco hubiera derribado un poste del tendido eléctrico copaneco, eso sí habría sido noticia de primera plana, escandalosas sirenas de noticieros radiales y televisivos hubieran ululado estentóreas, felices de medrar en el escándalo como las bacterias en la inmundicia.
Pero no, nadie se ha referido a eso. Es que salvo los triunfos del fútbol, las buenas noticias generalmente no son buen negocio para los dueños y usufructuarios de los medios, por eso tienen a nuestra población en una muy limitada autoestima, y viendo titulares con fotos macabras, videos con grotescos trofeos del hampa, creo que aquí solo falta un Reverendo Jones que invite a todos a tomar Kool Aid envenenado como aquellos fanáticos religiosos de la Guyana, o que deslumbrada y atraída como zancudo ante la luz, toda Honduras se marche a entrar mojados al sueño americano, y que el último que se vaya de aquí que apague la luz.
De paso por Santa Rosa, como a las seis de una tarde fría y nublada, vi a un hombre mayor, elegantemente vestido como los prudentes banqueros de antaño, con terno oscuro, sombrero y bufanda, que caminaba despacio desde la sede del Banco de Occidente hacia una solariega casona de esquina ubicada a pocas cuadras; sobre las calles empedradas, húmedas por la lluvia vespertina, se reflejaban las luces de los autos.
Observé la imagen familiar de Don Jorge que caminaba de regreso a casa después de otro día de trabajo, saludando a cada paso a sus coterráneos que se sienten orgullosos de encontrar todos los días a una leyenda viva, al Presidente de un banco que no ha cedido ante el frío e impersonal corporativismo, y sigue aferrado a sus modales de cortesía, buen humor, humildad en su trato con los humildes y valiente para cantarle sus cuatro a quienes atropellan a cafetaleros, a depositantes y a los ciudadanos en general. Y en todos los transeúntes, y en las personas que desde sus carros lo veían, el saludo era el mismo “Buenas tardes, Don Jorge”.
Y la respuesta era igualmente afable con todos, pobres y ricos. Y por cierto, ese banco de dimensión nacional que surgió en la provincia es mucho más rentable que sus competidores, algunos de ellos aislados de la vida real por ostentosas torres de vidrio con ídem fragilidad financiera.
Para finalizar, una anécdota familiar; en el pequeño Puerto Cortés de 1971, banderas de los dos colores tradicionales adornaban las casas porteñas, toda la población estaba contenta porque dos hombres honrados disputaban la presidencia de la república, y particularmente el nacionalismo se sentía contento y seguro por la prestigiosa figura del candidato azul, el jurista y maestro de leyes Ramón Ernesto Cruz, el querido “Monchito Cruz” que más adelante demostró que no basta ser un buen hombre para gobernar un país.
Cuando se iba conociendo el resultado de las urnas y se hacía evidente una estrecha pero celebrada victoria de la estrella solitaria, los muchachos de hogares nacionalistas hacíamos bromas a nuestros amigos del barrio de familias liberales, y el ambiente era alegre porque las elecciones ya no habían sido “estilo Honduras”, todo había transcurrido en paz y democracia. Me sorprendió mucho que en la cocina de mi casa (entonces no se conocía el concepto de sala familiar, y en la cocina se tomaba el café y se recibía a los de confianza) mi padre y mi abuela fumaban en silencio, frente a sus tazas del aromático; obviamente, habían estado comentando la situación.
Suegra y yerno, grandes amigos entre si, eran ambos del partido vencedor; ella, cariísta irredenta, él, admirador del moderado y demócrata Juan Manuel Gálvez. Por eso para mi fue desconcertante ver que mientras la parte azul de la ciudad celebraba el triunfo, en mi casa de tradición nacionalista no había alegría sino un extraño gesto adusto en aquellos dos inolvidables rostros de mi juventud.
Yo sabía que la abuela Fidelia Cabús le tenia mucho cariño al candidato liberal, y cuando le pregunté a mi padre porqué estaban tan pensativos, nunca olvido las palabras de su respuesta “Ganó nuestro partido, hijo, pero creo que la nación ha cometido un error”.
Muchos años después, he asentido en silencio y mentalmente le he dado la razón a mi padre. Jorge Bueso Arias habría sido un ejemplar Presidente, el estadista enérgico y visionario que necesitaba el país. Y si la nación se equivocó entonces, no lo hagamos ahora. Que aproveche Honduras su experiencia y su talento, pidámosle que escriba sus memorias como hacen los estadistas en latitudes civilizadas, pero exijamos a quienes gobiernan que se inspiren en el ejemplo de la mente lúcida, de la energía infatigable y de las manos limpias de Jorge Bueso Arias.
Por eso sostengo que es el mejor de los hondureños de nuestro tiempo, así como José Francisco Saybe es sin discusión alguna el mejor de los sampedranos, pero eso debe ser tema de otro artículo y talvez de otra pluma.
Sería interesante que en nuestra tierra de fatalismo negativo, los hondureños tuviéramos valor para hablar de vez en cuando de las muchas facetas buenas de la Patria, pues que las hay, las hay. Como Don Jorge.