Yo sé que todos proclamamos tener la mejor MAMÁ del mundo, y estoy segura que así es.
Pero yo hoy les voy hablar de la mía, una mujer que después de un aborto espontaneo luchó por quedar embarazada y cuidarse como nadie para dar a luz a su bebé.
Esto implicó inyecciones diarias, y estar acostada en una cama durante 39 semanas, privándose de viajes, reuniones familiares y todo lo demás.
Una mujer que aguantó una cesárea de emergencia porque su embarazo se había pasado de tiempo, y el líquido amniótico estaba a punto de derramarse en los ojos y dejar ciego al bebé.
Una mujer de 23 años que pasó meses tras meses en el doctor porque la bebé tenía problemas respiratorios y de sangre (los papás de la bebé no tenían sangre compatible).
Una mujer que se fajó para brindarme una buena educación, y no una vida de lujos, pero si lo necesario, sin renegar porque tenía que trabajar día y noche para suplir las necesidades.
Una mujer que siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas, y que se siente muy orgullosa de cada logro alcanzado.
Una mujer que a mis 23 años me sigue viendo como su chiquita, que de vez en cuando me hace “piojito” para que me duerma, y que siempre está pendiente cuando me enfermo.
La llamada que siempre recibo a las 12 del mediodía para preguntarme “¿Ya comiste?”.
Una mujer a la que considero mi guerrera, mi cómplice, mi ejemplo a seguir, la que me inspira a soñar, la que me dice “Vos podés”, la que me ama desinteresadamente, la que siempre está conmigo.
Gracias, mi Mujer Maravilla, por darme el privilegio de ser tu hija, gracias porque has luchado por mí y por mis hermanos como una guerrera.
Yo sé que todos ustedes tienen las mismas o más razones para agradecer a su Mujer Maravilla; lo que sí les quiero decir y nos tiene que quedar como lección es que no solo es hoy el día de las Madres, sino que a diario.
Hagan memoria de los milagros que hacen sus mamás por nosotros todos los días.