Por Óscar Flores López
Yo también soy un negro hijo de puta. Todos aquellos que detestamos el racismo somos unos negros hijos de puta. Con orgullo lo somos.
A partir de hoy, dejo de ser trigueño, pues mi corazón, mi mente, mi alma, todo mi ser será la de un negro hijo de puta.
Estúpidos… ¡Basta ya! Háganos un favor, se cuelgan una roca en el cuello y se lanzan al mar, y así nos liberamos de todos aquellos tontos que creen que es superior por el color de su piel.
“Tenía que ser negro”; “Los negros no piensan después de las 10 de la noche”; “Niple”, son algunas de las frases que los garífunas deben soportar.
Parece increíble, pero en Honduras hay un alto grado de racismo. Y no me vengan con el cuento ese de “Los negros también son racistas”.
¿Y qué esperan? ¿Que sólo agachen la cabeza? ¿Que se dobleguen antes los imbéciles? ¿No tienen derecho a defenderse?
Ayer, Josec Ruiz, nuestro campeón de boxeo, un orgullo para Honduras, denunció en sus redes sociales un ataque de racismo.
Me solidarizo con él y con todos aquellos que a diario sufren este tipo de ataques, no sólo por su color de piel, sino también por la orientación sexual, o preferencias políticas y hasta deportiva.
Porque a esos niveles de intolerancia hemos llegado en Honduras.
¡No al racismo!
¡No al racismo!
Lo pide este negro hijo de puta.