Incapaces de generar nuestras propias historias virales, los hondureños somos marionetas de lo que hacen en otros países.
Si allá lloran, nosotros lloramos.
Si allá están tristes, pues nosotros también.
Si allá se ríen nosotros nos carcajeamos.
Si Messi se casa, nosotros aplaudimos.
Si a CR7 lo deja la novia, nosotros sentimos despecho.
Es una falta de identidad de proporciones gigantescas que nos lleva a ponernos de luto por la muerte de Juan Gabriel, pero no nos inmutamos (por ignorancia, especialmente), cuando fallece Guillermo Anderson, el mejor cantautor en la historia de Honduras.
De afuera nos imponen la moda en todo. La más reciente es la fiesta de Rubí, la adolescente mexicana que se hizo famosa luego que su padre hiciera una invitación para celebrar la fiesta de quince años.
Rubí por acá, Rubí por allá… ¡Rubí hasta en la sopa de los hondureños! ¿Podremos lograr algún día que los mexicanos viralicen una historia nuestra?
Hoy, el padre de Rubí dice que está harto de todo el relajo mediático que provocó la fiesta de su hija, especialmente por lo que calificó como “una actitud grosera de la prensa”.
Y anuncia que su familia se alejará de las cámaras para volver a la vida normal de antes. ¡Muy bien! Porque para ser sinceros, nosotros también ya estábamos hartos de esta historia boba.