Colombia ha demostrado tener un pueblo único, una gente hermosa que siente y sufre como si fueran los mismísimos familiares de las víctimas de la tragedia aérea el pasado 28 de noviembre.
Hoy tenía que haberse jugado la final de ida de la Copa Sudamericana entre el Atlético Nacional de Medellín y el Chapecoense de Brasil. El juego será en algún momento en el cielo.
Hoy más de 60 mil personas se volcaron vestidos de blanco, con vela en mano para cantar tan fuerte que seguro se escuchó hasta el cielo, donde las almas ya no sufren. El Estadio Atanasio Girardot sirvió como una especie de funeraria gigante para rendir homenaje póstumo al Chapecoense, directivos y periodistas que iban en el trágico vuelo.
A mí se me pone la piel de gallina, se me llenan de lágrimas los ojos, cuesta tragar para deshacer el nudo en la garganta. Los gritos de la hinchada del Nacional eran: ¡Estamos contigo! ¡Fuerza hermanos! ¡Campeones para siempre! ¡El fútbol no tiene fronteras! ¡Inmortales!. Tanto sentimiento, tanto amor por personas con vidas ajenas, pero que tocaron el corazón y el alma de cada persona que ama al fútbol en todo el mundo.
Había camisetas, banderas, pancartas con la firma del corazón de los colombianos en representación de las millones de personas que hemos sido tocadas por esta tragedia espantosa. Las 71 víctimas del avión hoy ya descansan en paz. Pero la promesa del mundo entero es que jamás los vamos a olvidar, nunca vamos a olvidar al pequeño Chapecoense que inició como cenicienta y se convirtió en gigante.
¡Descansen en paz campeones continentales! ¡Paz para su alma!
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