Mientras leía en un sitio web internacional sobre la cantidad de deportados de Estados Unidos hacia Honduras en los últimos tres años me fue imposible no hacer la pregunta: ¿Por qué se van? ¿Cómo hacen para llegar hasta allá?
Hay muchísimas historias, unas con final feliz y muchísimas con final trágico; de estas tragedias que se quedan en el anonimato, fue ese ciudadano que partió con la visión de un mejor futuro en los Estados Unidos y que nunca llegó, ese que dejó un vacío en el pecho y un agujero en el corazón para sus familiares que jamás podrán darle cristiana sepultura.
En el “mejor” de los casos lo repatriarán unos días o unos meses después haciendo más grande la angustia para los padres, esposas, hijos que esperaron a su única esperanza de mejorar su condición económica.
¿Por qué se van? Una respuesta muy fácil para unos e incompresible para los que podrían mejorar las condiciones de vida de todos los hondureños que vivimos en constante preocupación y zozobra.
Viendo cómo se discute por cosas que al pueblo no le van a quitar el hambre ni le van a generar trabajo. Entonces, ellos se van por la corrupción que impera en un país bellísimo.
Se van por la impunidad, se van porque reciben cartas de las mafias y maras exigiendo tributo porque se les dio la gana cobrar y en lugar de utilizar la inteligencia para cosas buenas la usaron para crear caos y terror en la clase trabajadora, la que paga impuestos y no solo a la nación.
Se van por las cartas amenazantes e hirientes de mareros que quieren las casas de los que la construyeron con sangre, sudor y lágrimas producidas por trabajar de sol a sol.
La satisfacción de ver su sueño terminado, materializado en una casa, se opaca cuando otros le ponen el ojo y quieren la casita a como dé lugar.
Se van porque no hay oportunidades reales para sobrevivir en el país de la corrupción, aquí donde se roban millones de lempiras a diario y no hay uno tan solo tras las rejas.
Se van porque prefieren mandar a sus hijos a que trabajen de lo que sea, antes que lleguen a reclutarlo las maras o los mafiosos los ponen a vender mercadería a cambio de nada.
¿Cómo hacen para llegar hasta allá? Realmente lo desconozco. Me gustaría que un compatriota se tomara el tiempo de hacerme llegar su historia: ¿Cuándo se fue? ¿Cómo llegó allá? ¿Todo lo que pasó en el camino?
He de imaginar que existen transportes que los llevan hasta cierto lugar, recorren México escondiéndose de las patrullas, la policía y los maleantes que también se dedican a reclutar para sus bandas o tan solo reclutar para matar por deporte. Se suben a un tren, cruzan desiertos evadiendo a la Policía de frontera de los Estados Unidos. Espero poderle dar vida a este relato con su historia. ¡Anímense y me cuentan!
No es justo creer que esto no es un problema o que realmente se está haciendo algo para evitar la fuga de compatriotas al norte, así como decía Guillermo Anderson.
Recordemos que las personas migrantes no son números, tampoco son estadísticas, no son delincuentes, son hijos, hermanos, esposos, padres, amigos, son personas con derechos aquí y en cualquier parte del mundo. Hasta migrar con o sin pasaporte es un derecho.
También en Honduras tenemos derechos, pero la mayoría esta privada del derecho a la alimentación, a la salud porque se robaron todo.
Tenemos derecho a la educación, a vivir en una casa digna, a tener empleo para comprarle lo que se venga en gana a tu familia y 77 “bolas” de confites a tus hijos.
Sobre todo el derecho A VIVIR Y A LA SEGURIDAD, pero, al parecer son palabras con un significado que está en peligro de extinción en Honduras. La violación a los derechos humanos está a la orden del día.
Hay pecados que tienen mucho peso. La omisión de la clase política por ejemplo, disfrazando cada gobierno de cristianos que luchan por el bien común y por las causas justas.
A vos que te vas caminando por un mejor futuro, no se te olvide que son tiempo, sos capacidad, sos atención, sos el bien, sos la luz, sos la fuerza, sos la esperanza, sos el todo de tu familia.
La paz y el cambio llegarán cuando la policía te cuide, las escuelas te enseñen, los trabajos te paguen lo que mereces, la oportunidad sea igual para todos, la justicia sea ciega y sin preferencia alguna, cuando el desarrollo sea latente y llegue a todos los ciudadanos de este país.
A vos que te vas caminando no te rajes. ¡Dios los acompañe!
Dedico esta columna de opinión a Guillermo Anderson que se preocupó por cada compatriota que se fue a pie buscando un mejor futuro. Que me acompañó cantándome la canción “Chago” e inspiró algunas líneas de este escrito. ¡Para Guillermo que es y será toda la música hondureña!