La misteriosa señora de las bolsas negras

Tegucigalpa, Honduras. Mientras caminaba con otro rumbo, la lente de Sergio Montero pudo observar a esta señora de lento caminar, un pañuelo que cubría su cabello teñido por las canas y que entre sus brazos sostenía dos bolsas negras.

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A mi parecer, ella era nada más que una persona dedicada a recoger basura o a llevar quién sabe qué en esas bolsas. Mientras avanzaba a “vuelta de rueda”, un conductor sacó su brazo y le ofreció un billete de a dos lempiras.

El rostro de la señora cambió de inmediato y rechazó la limosna.

Me le acerqué con curiosidad y le dije: “¿Qué lleva e esas bolsas, señora?”.

Papel y bolsas de basura -respondió en tono cansado.

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¿Que hace con eso?

Lo vendo, las bolsas a diez y el papel depende el que compre.

Pensé que su carácter se había doblegado ante una corta conversación, pero no detuvo su marcha. Para ella yo no existía.

Caminé con ella dos cuadras, le pedí las bolsas para ayudarla y su respuesta fue un rotundo “NO”.

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¿Tiene hijos?

Sí, donde ellos vivo.

¿Dónde vive?

En el Reparto por Abajo…

El sol quemaba y ardía como anafre y a medida que caminaba, esta misteriosa señora de las bolsas lo hacía como si no hubiera nadie más en el mundo. Y se fue envuelta en el mismo misterio con el que había aparecido al doblar la esquina.

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¿Qué lleva en las bolsas? ¿Puedo ver?

¿Para qué quiere ver? ¿Me va a comprar? ¿Por qué me pregunta tanto?

¿Cómo se llama, madre?

¿Y para qué quiere saber? -respondió, con fastidio, y se alejo lo más rápido que pudo.

Le calculé unos ochenta y tantos años, su paso era lento y su vista iba fija en cada paso que daba en las aceras del Midence Soto.

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