El famoso “cerrito de la felicidad” de la colonia Kennedy de Tegucigalpa era uno de los lugares favorito de las parejas en los años 80´s y 90’s para ir a besarse… Y otras cosas más. ¿Qué pasa ahora?
Tegucigalpa. Miles de personas caminan a diario por las calles de la histórica Ciudad Kennedy y a su paso se encuentran con el imponente y famoso “cerrito de la felicidad”.
Rodeado de maleza y árboles gigantes, algunos suspiran al recordar las picardías que hicieron hace unos años. Otros se ríen porque nunca olvidan la vez que estaban con su novia y una patrulla de la Policía los encontró con los pantalones abajo.
“Era algo tremendo -dice una vecina-. Los chavos llegaban a toda hora a darse picos y a estarse manoseando. Más de alguna chigüina salió con su día siete”.
Sin embargo, con el paso del tiempo, y con el incremento de la ola criminal, el llamado “cerrito de la felicidad” fue quedando en el olvido, pues los ladrones llegaban como Peter por su house a robarles el dinero, los celulares y hasta los calzoncillos, siempre y cuando fuesen de marca.
“Claro, algunos muchachos y muchachas llegaban a hacer sus tareas y a estudiar… Pero rápido salían corriendo, porque allí era como Sodoma y Gomorra”, asegura la vecina, antes de aclarar que “Yo nunca fui a ese lugar”.
Hoy sirve de vía alterna para más de algún habitante ya que cuenta con un pasillo de cemento el cual está habilitado para peatones.
El “cerrito de la felicidad” quedó más tarde en una disputa entre vecinos y empresas constructoras. Después de tantos rumores, se sabe qué ocurrirá con él.
“Ya tenemos identificados los dos sectores de la capital donde se construirán los próximos Mega Parque Por una Vida Mejor: uno es en la colonia El Hogar y el otro en la Kennedy”, informa Mariel Rivera, gerente ejecutiva de la Fundación Convive Mejor.
La construcción del parque en la zona de El Hogar comenzará a finales de este mes; mientras que el del “cerrito de la felicidad” está socializado con el patronato y la comunidad.
Mientras tanto, el mítico “cerrito de la felicidad” yace atrapado por la maleza y la nostalgia que le provoca aquellos días en que los chavos -y no tan chavos-, llegaban a besuquearse.