En las zapaterías del mercado Los Dolores me encontré a un señor descalzo, con su gorra hacia atrás y su rostro decorado por una barba bordada en hilos de plata, que en la mano derecha portaba su herramienta de trabajo y apoyado en su pierna izquierda trabajaba una zapatilla de la famosa marca “FlorSheim”.
Le comenté que andaba haciendo un trabajo sobre la extinción del oficio de los zapateros y sin dudarlo me dijo que guardara silencio y que dejara de decir esas cosas.
“Los zapateros no mueren de un día para otro”, dijo este zapatero de Minas de Oro, Comayagua, para él, el lugar más hermoso del país.
¿El calzado hondureño es de calidad?
Mirá, papa, dame 70 mil pesos y te hago un calzado que se pone a la par del salvadoreño, el problema del zapatero hondureño es la falta de seguridad, tenemos una buena mano de obra y tenemos materia para exportar y competir con el calzado salvadoreño y panameño.
¿Desde cuándo anda en esta onda?
Toda una vida, papito, diez y seis años en La Peatonal, después pasé para abajo por el Guanacaste y ahora estoy en este local que es mío, aquí nadie me va a joder porque esto me lo gane yo con mi sudor.
¿Tiene familia?
Cinco hijos, todos profesionales, vengo de una familia que solo fue de madre, porque mi padre fue un descarado, yo le demostré a mi familia que me marchaba del pueblo para salir adelante, todos mis hijos son profesionales y la mayor ya saco su Maestría.
Este local está forrado por recortes de primera plana donde se puede ver al ex presidente Rafael Leonardo Callejas y Alfredo Hawitt cuando fueron capturados, a Evelio Reyes y al presidente actual Juan Orlando Hernández.
Dentro de su repertorio, los libros más utilizados son la Constitución de la República y la Biblia.
¿Por qué están esos recortes allí?
Es algo gracioso, pero cierto, ¿Querés tener billete? Todo el mundo me dice que sí. Por eso tengo esos recortes allí, mirá papa, ¿Querés tener billete? Hacete pastor, político o dirigente de alguna vaina; sencillo, así no te preocupás por nada.
Con esta “terapiada” me retiré y me despedí de don Ernesto, el hombre de la barba con cuarenta y ocho años dedicados a diseñar y reparar cualquier tipo de calzado.
Mientras platicaba no perdió su concentración y siguió reparando un par de zapatillas.
Fotos/ Sergio Montero