Él es como un personaje sacado de una película de Disney. Su apariencia desgastada, su voz chillona. Sus dedos tiene la habilidad de un pianista, de un carpintero o de mago.
Una pequeña sombra en el Paseo Liquidámbar es su oficina. Allí se sienta, frota la lámpara maravillosa que lleva en la punta de los dedos y crea simpáticas figuras de papel.
Sentado en un rondo de cemento frente al Museo de la Identidad Nacional, esta este señor encorvado, pelón, pero de colita -algo muy curioso-, diseña perros de papel.
Pero no es cualquier perro. Es un perro que camina mientras el mago tira de un cordón.
“Tiene un valor de cincuenta lempiras”, dice don Adrián Altamirano sin levantar la vista.
Además de papel, utiliza papel de prensa, cáñamo, gancho Sandino, fieltro o fomi. Lo genial de esta manualidad es que el perrito camina como si tuviese vida propia.
¿Por qué hace esto, Adrián?
No tengo casa, no tengo trabajo, vivo en un hospedaje, pero tengo que buscar la manera de ganarme un par de fichitas.
¿El día que no vende, qué pasa?
Ese sí es problema. El día que no vendo o duermo en la calle o no como. Así de sencillo, si no vendo no como o no tengo techo.
¿Trabaja con material sacado de la basura?
No, eso es ser malo, porque lo que hago es para niños y no le voy a vender basura a mis clientes.
Parece que estoy hablando con Gepetto, el carpintero que creó a Pinocho. Lo sí tengo seguro es que este es un artista más que adorna y llena de historia las calles de nuestro centro histórico.
Historias y luchas son a las que se enfrenta día a día Adrián Altamirano, quien me aseguró, mientras miraba su obra maestra, que a veces pasa varios días en la calle, porque la gente no valora lo que hace y su trabajo les parece muy caro.
El dilema de dormir o comer forma parte de la agenda diaria de este genial artista anónimo que vive con la esperanza de vender para poder generar más perritos de papel.
FOTOS/ SERGIO MONTERO
