Además del sol o la lluvia, los limpiaparabrisas de la calle deben aguantar insultos y el desprecio de muchos conductores.
Son pocas las manos generosas o los rostros que dejan escapar una sonrisa. Eso fue lo que experimenté durante una mañana que dejé de ser periodista y me convertí en uno más de ese ejército de humildes hondureños que se mueven en medio de los carros buscando ganarse la vida.
Así que me fui a plantar debajo de un semáforo. La tarde ardía, pero las ganas de trabajar marcaban hasta la “F” (Full).

Limpiador en mano, los pantalones un poco arremangados, la gorra para atrás y un poco de agua que me facilitaron mis nuevos compañeros de trabajo y ya estaba listo para “jugármela”.
Llegó la LUZ ROJA…
La hora de comenzar había llegado. Remojé el limpiador y me lancé a cada carro que se detenía en la fila. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, pero ninguno aceptó mi ofrecimiento.
El conductor del sexto vehículo no se negó, le quité el polvo, pero no me pagó.
Así comenzaba esta labor. Se acercó Kenia, quien se gana la vida como limpiaparabrisas para mantener a sus seis hijos.

Kennia y sus amigos se dieron el tiempo de darme una pequeña capacitación, antes de iniciar la jornada en la ardiente alfombra de concreto.
¿Cuánto cuestan estas ondas? -les pregunté.
Hay de cien, ciento cincuenta y hasta de trescientos lempiras, compa. Lo bueno del de tres hojas es que uno lo puede desarmar -me respondieron.
La limpiada se hace de arriba abajo, se moja la esponja, se levanta el parabrisas, se comienza de arriba hacia abajo así no queda chorreado el vidrio -me explicaron,

Los insultos
“Tirátele a esa troca, mira”, me dijo uno de ellos. Sin pensarlo dos veces me lancé contra una Ford 2016, peo recibí un no contundente.
Pasaban los carros y perdí la cuenta de cuántos me dijeron que no. Aún así no perdía las esperanzas.
Mientras tanto, Kenia me pedía que no me acercara mucho, pues lo que iba a recibir eran insultos. Yo no pensaba en nada de eso, pues solo quería ganar un par de “varitas”, así como ellos.
¿Le limpio el vidrio? -pregunté varias veces, y las respuestas fueron:
“Buscá trabajo, maje”.
“Estás completo, dejá de joder”.
“No joda, ya va a llover”.
“No les doy pisto para drogarse”.

Esos solo fueron un poco de tantos insultos que se reciben en este trabajo. Pero eso no es nada con el verdadero temor de los limpiaparabrisas: quedarse sin agua.
Raza, ¿cuando se les acaba el agua cómo hacen? -les pregunté.
Hay veces nos dan en el restaurante chino, a veces en la pollera… También nos tiran agua aquí en las hamburguesas, eso es pijiado, compa, cuando ya no tenemos agua.
Después de varias horas pude sentir el sol en su mejor momento, el desprecio de los conductores y el agradecimiento de otros, no recuerdo cuántos carros pasaron frente a mí, pero pude comprender en carne propia lo duro que es la labor de limpiaparabrisas.
En mí solo quedará el recuerdo del sacrificio y la experiencia de pasar un grato momento con estos maestros de las calles, calles que recorren en busca de una mejor vida.
Me despedí de ellos con un “Nos vemos, raza, ya me la doy…”.
“Dele, compa, allí nos estamos chequeando”, fue la respuesta. “Nosotros nos vamos hasta las ocho de la noche”.
Me di la vuelta y empecé a alejarme de ellos. Y fue allí que reparé que NO había hecho un solo centavo como limpiaparabrisas… Lo único que me gané fueron insultos y miradas de desprecio.
Fotos/ Sergio Montero
