Durante cuatro años de mi carrera universitaria pude ver cómo este chiclero se ganaba la confianza de cada estudiante de la Universidad Metropolitana.
Su presencia en cada edificio al cambio de hora ya era un “artículo pétreo”, y su famosa frase de “Mi papa, ¿hoy qué me va a comprar?” es un legado entre los estudiantes.
Para muchos es un amigo que les quita el hambre o les endulza la vida.
Porque Manuel es de esos enchapados a la antigua que cree en las personas y da su producto aunque no andés ni un peso partido por la mitad.
Su vida laboral comenzó desde los doce años.
La vida le ha enseñado a trabajar para sobrevivir y este centro de estudio es el que le brinda un lugar en el que les ha vendido a varias generaciones de estudiantes y maestros del Colprosumah.
Hoy, a sus treinta y dos años, Manuelito recorre cada uno de los conciertos y eventos públicos de nuestra capital con el fin de ajustar la comidita.
Lleva en su espalda veinte años de trabajo ambulatorio tratando de endulzar el día a día de cada uno de sus clientes fieles con chicles, bombones, paletas y cacahuates.
Parte de la ganancia es para su madre, que lo espera en casa.
A veces de recepcionista, a veces de aseador, el don de servicio forma parte de su inventario y con su actitud se ha ganado la confianza de las autoridades.
Siempre atento y de buen humor, únicamente se pone serio cuando habla de algo que le incomoda: que no sabe leer.
Manuel, ¿Le afecta no poder leer? -le pregunto.
Me afecta en el sentido de querer buscar otro trabajo, pero para el que realmente desea trabajar no existen obstáculos… Mire, desde que era niño vendo. El no saber leer no me para en las labores.
Su hora de entrada se respeta y su hora de salida es hasta que se va el último garapiñado, de siete de la mañana a seis o siete de la noche Manuelito llena de alegría y de historias a todo el gremio estudiantil de la Metro con su famosa frase de…
“¿Y hoy qué me va comprar, mi papa?”
