Como a eso de las nueve de la mañana, después de comprar un buen café, me senté en una banca del famoso paseo de Hollywood, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Mientras pensaba en resolver al mundo me quede ida viendo Hollywood y encontré de todo: cipotes que estudiaban con sus libros; otros alegaban de cuál era la respuesta si la “a” o la “b”, otros “pintiando” con los tenis de moda o el último diseño de teléfono.
En eso, así de la nada, tenía un cipote al frente a mío, tez blanca rosado diría yo, estatura promedio, de unos 18 años por mucho y con una sonrisa de oreja a oreja.
Eso si: guapo, arreglado y súper limpio con una camisa azul, unos jeans, tenis y con una mochila que se miraba que estaba llena de cuadernos, no como otras que se ven planas porque no andan absolutamente nada.
Él cipote se me acerco a ofrecerme una mil hoja (pan dulce relleno de poleada para que la acompañara con el café), no crean que me estaba coqueteando, nada que ver, es chavo vende mil hojas y donas
Así como lo leen Abraham Abadie es pasante de la carrera de Ingeniería Industrial de la UNAH y vende esta delicia de repostería, que es hecha por él mismo.
Le compré la mil hoja, pero con una condición: que se sentara conmigo a platicar, y él encantado aceptó, entablamos una conversación muy interesante.
“Yo toda la vida he trabajado en vender pan y con esto me pago la carrera y le ayudo a mi mamá”, comenzó diciendo.
¿No te da pena? -le pregunté para ver su reacción.
Me quedo viendo fijamente y me dijo “Jamás, la pena solo se utiliza para robar”.
Este muchacho se levanta todos los días con su mamá, tipo tres de la mañana a hacer las mil hojas y donas.
Luego se alista para ir a la Universidad, recibe sus clases, y cuando tiene baches u horas libres se dedica a vender por esta deliciosa repostería.
Sin duda este cipote es ejemplo de superación y de perseverancia pura ya que en vez de estar platicando con sus amigos o alucinando lo full mickys que camina, se dedica a decir “Leve su mil hoja a 20 lempiras y las donas a 15”
Obviamente no le podía quitar más tiempo porque tenía que terminar de vender sus 60 donas y 40 mil hojas, para ir a clases.
Así que decidí acompañarlo a vender y luego a clases, pues en el camino de Hollywood al F1 increíblemente se le vendieron todas. Es increíble porque esto es relativamente cerca digamos que unas dos a tres cuadras.
Como ya terminó todo su producto, ahora sí a clases. Antes de entrar hicimos una parada en el baño de los varones, porque tenía que cambiarse la camisa; siempre lo hace por si se ha manchado o ensuciado.
“Mirá, es que a mí me llega ir súper limpio a las clases y si se puede guapo, mejor, ja, ja, ja”.
Llegamos al aula, nos sentamos y colocó su caja de cartón a un lado, sacó su cuaderno y lápices y así empezó su clase de 111.