El Messi de la volqueta

A este Messi, el Messi de la volqueta, nadie le aplaude ni le pide autógrafos. Tampoco lo buscan las grandes para ofrecerle millonarios contratos de publicidad.

Para ganarse la vida debe fajarse en una volqueta, allá arriba, en medio de materiales de construcción que luego debe bajar con la fuerza de sus músculos y pulmones.

Héroe anónimo para el resto del mundo -a diferencia del otro Messi, del argentino, que nos tiene a todos tomando pastillas para el dolor de espaldas-, este Messi, el de la volqueta, solo es conocido en la cuadra de su barrio, y el amor de su familia es para él del tamaño del Camp Nou.

Los domingos, cuando tiene libre, es posible que juegue potras en la cancha del barrio, y hasta que haga alguna jugada de esas que llaman de fantasía, incluso que anote un gol, de esos que conocemos como “poema de gol”, y allí quizás lo aplaudan y lo abracen.

En la casa lo recibirán con emoción y su gloria durará hasta que canse a todo el mundo con la misma historia: “Fijate que el domingo eché un golazo… Encaré, enganché y de toque suave la mandé al fondo, papá. ¡Puro Messi, puej!”.

Este Messi, el Messi de la volqueta, no tiene la vida asegurada, le importa un pepino el Balón de Oro, si su abogado pagó los impuestos o no.

Lo demás -la comida, la escuela de los niños, la deuda en la pulpe, los zapatos, la ropa, el pago de la luz o la falta de agua-, pueden esperar.

Por los momentos, su única preocupación es que el viento no le vuele la gorra. Fuera de eso, es feliz allá arriba, en la volqueta que a duras penas va por el carril izquierdo.

Lo veo y llego a una conclusión: este Messi, el Messi de la volqueta, es más Messi y Barcelona que el verdadero Messi.