Las calles de Tegucigalpa son tan hermosas y desgarradoras a la vez. En cada cuadra podés encontrarte con una sonrisa sin pensar lo que esté pasando a nuestro entorno.
Todos los días, en el camino al trabajo, me encuentro con dos jóvenes que alegran y hacen que se nos olvide por un momento cualquier malestar que traemos debido al trafico u otros problemas.
¿Quiénes son este par de hondureños? José es un albañil y Fernando un ciudadano más. Ninguno de los dos tienen trabajo, pero eso no es impedimento para no ganarse un par de “varitas” para ajustar la burra y el rapidito hasta la Quezada.
José es un tipo de piel clara (aunque quemada por el sol), que sirve de base en este acto que de una u otra forma es su fuente de ingreso y trabajo.
En las alturas está Fernando, su protección solo es una gorra para que no se achicharre la cara del sol, y las manos en los tobillos de su compañero José para no rajarse el alma de un golpe.

La luz roja de un semáforo acompañada de un silbido da inicio a su acto de malabares, suspira rápidamente y va pa arriba; Fernando es el encargado de cautivar a los que se detienen en la fila de autos, mientras José toma de los tobillos a su amigo y comienza a dar vueltas y aquel hace de las suyas en los aires, y que hacen malabares en la calles, y también en la vida para poder sobrevivir.
¿Por que hacen esto?
No hay chamba, raza, José es albañil y yo no puedo encontrar nada, por eso hacemos esta loquera, nos gusta y nos entendemos, somos un buen equipo.
¿Desde que hora están aquí?
Uuuuuy, desde las 8 de la mañana hasta las 5 o 6 de la tarde; a veces nos vamos hasta que hacemos la burra y ajustamos para el bus que va hasta la Quezada.

¿Cuánto se hacen al día?
Los días buenos nos hacemos hasta seis hojas (600 lempiras), pero hay otras veces que la gente anda palmada y solo nos hacemos doscientos o trescientos.
¿Donde aprendieron a hacer malabares?
En un taller que dieron unos manes allá por el centro, fuimos un día, nos regalaron estos “Stick” y así la llevamos haciendo malabares en cualquier lado, el trabajo no deshonra a nadie y preferimos estar en los semáforos que en la cárcel, aquí no robamos, aquí trabajamos.
La luz roja volvió a marcar la hora de entrada y el silbido les indicó a Fernando y José que debía regresar al escenario de asfalto a ganarse la vida en esta ciudad que guarda miles de historias en cada semáforo y en cada paso que damos día a día.