(Historia enviada por un lector de Radiohouse.hn).
¡Taxi, taxi, taxi! -fue el grito que pegué a las dos de la tarde en una zona popular y concurrida de San Pedro Sula.
El calor era insoportable, andaba la camisa empapada en sudor y lo peor eran unos “panqueques” que se me hacían en las axilas.
Con lo poco que andaba de billete en la bolsa decidí agarrar un taxi para irme a la casa, urgía el ventilador, o aunque sea trapear el piso con agua helada y tirarme ahí panza arriba.
Al taxista lo vi medio azorado y entonces le dije: “¿Qué le pasa compa, a usted también lo tiene mal “la calor”?
Su respuesta me dejó a mí mas azorado, con ganas de abrir la puerta del carro que ya iba en movimiento y “apiarme” de ahí, tirarme a la calle sin importar que me raspara todo.
El hombre de unos 50 años, que aparentaba 70, con una cara como de haber visto un fantasma me dijo: “Hace media hora, en un alto de la colonia se me acercó un cipote y me pregunto: ¿Compa, verdad que no ha depositado?”.
“Le dije que se me había olvidado y me respondió: Póngase boby, que si no se lo lleva la bestia”.
Fue en ese momento que me di cuenta cómo funciona el pago de impuesto de guerra en los taxistas de mi San Pedro.
“Mire, estimado, pagando el impuesto podemos entrar a cualquier lado. Esto ya no es un grupito de jóvenes, esto se convirtió ya en crimen organizado”, me comentó el taxista.
“Esta gente usted ya la puede ver bien vestida, bien gentleman y no va a reconocer que es un criminal”, agregó.
Fue en esos 25 minutos de recorrido que me comentó que cada mes debe depositar 20 dólares en un banco, el recibo debe entregárselo a unos cipotes cada fin de mes y ellos lo llevan con los que mandan y evitan que “se lo lleve la bestia” o la muerte.
Gracias a ese pago puede circular tranquilamente en los territorios controlados por ese grupo.
“Acá todos pagamos, depende del local o negocio es mas grande la pedrada. Mi primo, por un puesto de frutas en la calle paga doscientos pesos, yo, como le decía pago 20 dolaritos al mes pa seguir chambiando y viviendo”, cuenta, mientras pasamos frente a la catedral.
Al final a mí se me olvidó el calor, llegué ya un poco mas seco a la casa pero nervioso y preocupado, pensando que un atraso puede provocar que el taxista que me acababa de dejar frente a mi casa, y que ya doblaba por la esquina, se lo lleve la bestia…