Transitaba por una calle aledaña a la escuela San Francisco, cuando de pronto escuché “Lleve, lleve a diez, mi amor…”. Lo que me llamó la atención es que era una voz suave e infantil.
Era una niñita como de 4 a 5 años (soy malo para calcular las edades), camiseta blanca, pantalón jean y sandalias verdes.
Como pude le tomé unas cuantas fotos mientras el carro avanzaba, y ella le decía a su mamá (me imagino que era su madre) “Yo te ayudo a vender churros…”.
Con una sonrisa en su cara y una bolsa de churros en cada mano, ayudaba a llevar el pan de cada día a su casa.
A diario miramos lindas historias por las calles de nuestro país, pero pocas veces reparamos en el sacrificio que hacen estas personas para llevar los frijolitos al comedor de sus casas.