¡Es perra, Teofilito no ha muerto!

Uno quisiera que la noticia no fuera otra cosa que una PERRA. Pero no es PERRA: Teofilito, aquel humilde campesino de enorme sonrisa, anteojos gruesos y sombrero, murió ayer en San Pedro Sula.

Tenía 75 años y problemas en la vista, y no pudo soportar los golpes internos después de ser atropellado por un vehículo.

Así, de esa manera tan cruel -y no es PERRA-, se nos fue el autor de los libros LAS PERRAS DE TEOFILITO; CUÉNTATE OTRA, TEOFILITO y ¡QUÉ PERRERO ES TEOFILITO!

Estoy impactado por la noticia  -dice el teatrista Edgar Valeriano del Grupo Bambú-. Hace menos de un mes organizamos un evento en Tegucigalpa para recaudar fondos para su salud… Se quedó a dormir en mi casa. No hay palabras…

Mario de Mezapa, el rebelde cantautor que lanza balas con su guitarra, había llamado a Edgar Valeriano para decirle “Está jodido Teófilo de la vista… Hay que organizarle algún evento”.

Y allí apareció Teofilito, siempre sonriente, siempre rebelde, con la mochilita eterna, y subió al escenario a echarse sus PERRAS.

No ve que me costo zafarme, porque mis hijos no me querían dejar venir -le dijo Teofilito a Edgar Valeriano. Y lanzó una carcajada.

Aunque tuvo éxito como escritor, las historias de los libros de Teofilito no tenían la misma magia de cuando eran contadas espontáneamente.

Porque Teofilito era como artista oral, para decirlo en buen hondureño, un cague de risa.

 

“Desde que lo conocí me impresionó su humildad, su honradez, su compromiso con la organización popular, su rectitud de dirigente y también su buen humor”. Son palabras de la diputada Doris Gutiérrez, quien fue una de sus mejores amigas.

Matías Funes (que era otro excelente contador de historias), escribió de Teofilito que”En el caso de Honduras, el más conocido perrero se llama Teófilo Trejo Pérez, fácilmente identificable por su esmirriada figura, su infaltable sombrero, su bigote hirsuto, su permanente sonrisa, y sobre todo, por la retahíla de perras con las que termina provocando dolor de estómago a sus amigos y conocidos”.

Fue en las noches, al finalizar la extensas jornadas de capacitación campesina, que Teofilito descubrió su verdadera vocación: la de PERRERO.

Los entrevisté dos veces -una en La Tribuna, otra en El Heraldo-, y, al igual que Doris Gutiérrez, me impresionó su humildad.

Lo volví a encontrar ocasionalmente en algunos eventos culturales. Otra vez apareció en una fotografía tomada en aquellos días oscuros del golpe de Estado, mientras huía de los toletazos que le daba un chafita hijos de campesinos, como él.

Aunque yo trabajaba en ese entonces en un grupo editorial que avalaba el golpe, escribí un artículo en el que atacaba duramente a los militares y me solidarizaba con Teofilito.

Sé que el golpe fue eso: un golpe en su alma.

Teofilito era… ¡Alto! ¡Un momento! ¡Aquí hay gato encerrado! ¡Alto, alto, alto, que nadie se mueva!

Me he levantado temprano para escribir este artículo para recordar a Teofilito, después de enterarme de su “muerte” y de repente “caigo en cuenta” que esta es la mejor PERRA de Teofilito.

Ja, ja, ja, ay, Teofilito, usted y sus bromas.

Qué PERRA, Teofilito no ha muerto, ni morirá jamás.

Así que mejor… ¡Échese otra, Teofilito!