Sangre de desayuno, almuerzo y cena…

-¿Qué vas a pedir de comer? –le pregunta la señora a su esposo.

-¿Ah? –contesta él, fuera de este mundo.

-¡Apurate que hay gente esperando!

-Dejame escuchar qué fue lo que pasó en Choloma.

-Te voy a pedir chuleta con tajadas –le dice ella.

-Ah, sí, sí, se está bien –dice él, sin quitarle la vista de encima al televisor que cuelga de la pared.

 

Les sirven por fin y yo sigo en la fila, mientras dos muchachos hacen su pedido. También comentan sobre el asesinato de ocho jóvenes que acaba de ocurrir en la terminal de buses de la colonia Cerro Verde en Choloma.

Agarro mi plato y mi refresco y me siento cerca del señor que estaba con la cabeza metida en ese sangriento suceso que acabó con la vida de dos conductores de bus, tres ayudantes y tres despachadores.

Gente humilde.

Del pueblo.

Luchadores.

Le doy la espalda a la tv porque no quiero ver los cuerpos acribillados. Pero en frente mío tengo otro espectáculo: el del señor que tiene los ojos pelados del asombro.

 

-Comé, viejo –le dice su esposa.

-Esperate… Mirá cómo los dejaron, jue, en un charco de sangre…

-Pobrecitos –dice ella.

-Sí, está jodida la cosa. Deberían enfocar a los demás muertos. ¡No dicen que son ocho, puej!

 

Así hemos quedado los hondureños. Ya no nos conmueve ver los cuerpos cocidos a balazos, ni los cadáveres a la orilla de la carretera o en una quebrada.

Contemplar en la TV los cuerpos encostalados es el pan nuestro de cada día, y nuestro desayuno, nuestro almuerzo, nuestra cena y nuestro postre y aperitivo.

En los restaurantes no ponen los canales educativos, porque eso no les gusta a los clientes.

Porque lo que queremos ver, mientras comemos -que es uno de los momentos más sagrados del ser humano- es sangre, sangre, sangre…

¡Entre más sangre mejor!

¡Y entre más cercana la toma de los cadáveres, mejor!

Y así, el número uno del rating se lo llevará aquel que pase más imágenes de asesinados.

Y mañana, el periódico que más venderá será el que saque la fotografía cruda de los asesinados.

Pero nosotros somos los culpables que así sea, porque pedimos amarillismo y chorros de sangre. ¡Y eso es lo que nos dan!

Perdimos la sensibilidad y nos acostumbramos a las imágenes de masacres. Un muerto dejó de ser noticia. Queremos de dos para arriba…

¡Y sin son ocho, como hoy, pues mejor!

¡Hasta dónde hemos llegado que ya no nos importan que nuestros hijos vean las escenas de terror!

 

-Imaginate… Llegaron tipos encapuchados y sin decir nada mataron a los muchachos.

-Viejo, comé, que se te va a enfriar la comida.

-Ha de ser por el impuesto de guerra –murmura el señor-. Esos no perdonan…

 

Y siguen sus comentarios sobre los asesinatos. Su mujer come; él apenas ha tocado la chuleta. Su almuerzo es HCH. Eso alimenta su espíritu.

Imparables, sí, imparables.

Imparables la violencia; imparable el morbo de nuestro pueblo –estudiantes, profesionales, intelectuales, banqueros, amas de casa, desempleados, en fin, casi nadie se escapa de esta sucia curiosidad-.

 

-Pucha, ¿solo es imagen tienen los de HCH? –pregunta el señor.

-Viejo, comé, comé –escucho que le dice otra vez su esposa.

-¿Y no dicen que son ochos los asesinados?

 

El señor sigue hablando. Veo su plato; apenas ha tocado la comida. Igual yo. Pues el espectáculo de la muerte me ha quitado el hambre…