Al final, como todos los que estábamos en la pequeña sala del Teatro Memorias, aplaudí durante varios minutos, mientras los actores de la obra EL ALMA BUENA DEL ARRABAL saludaban al público.
Pero cuando el silencio empezó a acomodarse otra vez en las butacas, sentí una mezcla fuerte de sentimientos.
Primero, una emoción que me puso los pelos de punta.
Y luego, esos corrientazos eléctricos que le dan a uno cuando ha disfrutado de algo sublime, en este caso, casi tres horas de arte que me hicieron reír, pensar, soñar, volar en mundo mágicos, hacerme mil preguntas y buscar mis propias respuestas…
EL MAESTRO TITO OCHOA –que es el director de la obra-, llegó a tal grado de perfección que al ALMA BUENA DEL ARRABAL no le faltó ni le sobró ni un solo segundo, y ni una tan sola palabra.
¡Perfecto!
Sí, fue PERFECTO en este país del arrabal en el que nos hemos acostumbrado, por desgracia, a que las cosas se hagan mal, y sin buen gusto.
¡La mediocridad ha sido el pan nuestro de cada día durante siglos!
PERFECTO en el acabado de los diálogos, en los hondureñismos incorporados, en los movimientos, en la iluminación, en la música, en los sonidos, en la escenografía…
¡Y en ese humor tan sabroso y de doble sentido que poseemos los hondureños!
Tiene tanta fuerza esta obra que han pasado varios días desde que la vi, y todavía sigo pensando en ella. Es decir, tuvo un impacto poderoso en mi alma, al punto que espero ansiosamente su puesta otra vez en escena.
Con EL ALMA BUENA DEL ARRABAL, Tito Ochoa y los actores que participan en la obra (Inma López, Gary Nazar, Jean Navarro, José Luis Recinos, Marey Álvarez, Gyanendra Portillo, Bruno Valladares y Walter Lobo, fantásticos todos), sin querer, o tal vez queriendo, nos han devuelto de alguna manera la esperanza y el amor por Honduras.
Porque nos dicen “Hey, acá también hacemos teatro con altos estándares de calidad”.
Por eso me he tomado el atrevimiento –sin ser crítico de teatro, Dios me libre-, de escribir estas líneas como un agradecimiento, porque EL ALMA BUENA DEL ARRABAL tuvo en mí el mismo efecto maravilloso de un poema de Juan Ramón Molina; de Bar y Club Social La Gloria de Guillermo Anderson; de Cipote Airado de José Adán Castelar…
…De los cuentos cortos de Froylán Turcios; de la voz poderosa de Lucy Ondina; de la irreverencia de Juana Pavón; de la magia de Edgar Valeriano y Felipe Acosta; de un gol metido con un pie chuña; de un buen pijazo de aguardiente helado; de las locuras de Clementina; de una plática con don Mario Hernán Ramírez; de una caricatura de McDonald; de una tarde de compras en el puesto de dvd´s de Elvin, allá en La Isla; de los campos bananeros de Amaya Amador…
…Del enigma de la pintura de Pablo Zelaya Sierra; de las acuarelas de César Román; de un buen piropo de albañil; del “súbale, súbale” del cobrador de bus; de la sonrisa de una negra en Tela; de un plato de curiles en el mercado de San Lorenzo…
Porque EL ALMA BUENA DEL ARRABAL, como todas las pequeñas, complejas, sencillas o grandes cosas de la vida, me tocó profundamente.
Por eso, con orgullo puedo decir: ¡Qué bueno es el teatro en este arrabal!