Mi artículo –o remedo de artículo, o nota pobre o excelente comentario, como vos querrás llamarlo-, en el que criticaba a los seleccionados salvadoreños por irse a la huelga, porque no les cumplían ciertas exigencias como viáticos, premios y comodidades como hoteles y un buen bus, generó comentarios de todos los calibres.
Casi todas las respuestas eran de ciudadanos de El Salvador.
En algunos me insultaban con frases como “Hondureño de mierda”, “Ignorante”, “Retrasado”, “Periodista de quinta categoría”, “Metete tu sarcasmo en el…”.
Otros fueron respetuosos.
Uno que otro compartió lo que publiqué.
Y es normal que así haya sido, porque cuando escribe genera reacciones a favor y en contra. Así que eso no me asusta.
Si mi propio hijo me dice que mis cejas se parecen a las de Drácula del Hotel Transilvania, los insultos o burlas de los lectores me provocan gracia, y no porque los irrespete, sino porque no es saludable tomarse las cosas tan en serio.
POR OTRO lado, no me arrepiento del artículo, y lo volvería a escribir sin quitarle ni ponerle una coma.
Dicho esto, sí quiero aclarar que mi crítica fue estrictamente a los seleccionados salvadoreños que se rebelaron.
Solo contra ellos.
¿Por qué tengo que aclararlo? Porque el pueblo salvadoreño, ese que Roque Dalton retrató en POEMA DE AMOR, merece mi respeto y admiración, y tiene todo mi cariño.
Este cariño nace desde que estaba en la escuela, cuando leí las crónicas de Francisco Morazán, el general de ideales unionistas que pidió ser enterrado precisamente en El Salvador como agradecimiento a la valentía y lealtad de ese pueblo.
Luego, en 1981, “soqué” para que El Salvador, con aquel equipazo del Mágico, Pajarito, El Tuco, Guevara Mora, Pelé Zapata y Rugamas, entre otros, clasificara al Mundial de España 82.
¡Y allá fuimos, hondureños y salvadoreños, felices, mientras México, con todo y su Hugo Sánchez, lloraba la eliminación!
APOYÉ AL Águila cuando vino (con Primitivo Maradiaga a la cabeza), a Tegucigalpa en aquellos torneos inolvidables de campeones y subcampeones de la Concacaf.
Así que tengo algo de salvadoreño en el corazón.
Entiendo que algunos hayan reaccionado como lo hicieron: con tanto enojo que hasta les temblaban los dedos cuando le daban a las teclas de la computadora.
Sin embargo, eso no impide que desee que en la cuadrangular que compartimos con ellos, sean Honduras y El Salvador los que clasifiquen a la hexagonal final… y no los mexicanos.
Parece difícil. Casi una misión imposible, porque México, nos guste o no, es potencia del área.
A eso hay que agregarle que El Salvador ya dio demasiadas ventajas con la mencionada “huelga” de piernas caídas.
Ayer seguían llegando más malas noticias.
Pues la Federación de El Salvador anunció que el futbolista Andrés Flores, el Ruso, como le apodan, envió una carta para comunicar que no está al cien por ciento y que por eso no estará disponible para los duelos eliminatorios frente a México y Canadá.
Luego, medios deportivos informaron que la empresa de telefonía Digicel decidió que ya no seguirá aportando los 300 mil dólares al año de patrocinio a la Federación de Fútbol.
TODO ESO eso es una lástima, ya que con la contratación de “Primitivo” Maradiaga hicieron, en mi opinión, una buena jugada que les daba la oportunidad de pelear con Honduras por el segundo boleto a la hexagonal. (El primero se lo llevará México).
Al final, el que paga los platos rotos y sufre es el aficionado…
Ni Honduras ni El Salvador tienen jugadores de calidad en exceso. Por eso, situaciones como las que ocurrieron van en contra de los propios intereses de los jugadores.
No soy salvadoreño, pero la problemática de allá es similar a la de acá. Los jugadores, quiérase o no, siempre son las ovejas negras, mientras que los dirigentes se dan la gran vida con viáticos elevados, asientos en primera clase de los aviones y camas en suites de hoteles de lujo.
Pero ya estamos en lo que estamos. En una semana empieza lo bueno.
Mientras ese momento llega, van mis disculpas a los que mal interpretaron lo que escribí. Creo que queda claro que fue una crítica a los rebeldes y codiciosos.
Así que queridos vecinos, cierro con aquella famosa frase de la canción del Sombrero Azul de Alí Primera: “Dale salvadoreño, que no hay pájaro pequeño, después de alzar el vuelo, se detenga en su volar.
¡Suerte… que la van a necesitar!