Una mujer valiente

Los dos lloramos. Yo estoy sentado en el borde de la cama, mientras observo el canal de televisión en el que Julissa Aguilar habla del asesinato de su esposo.

Las lágrimas no han parado de bajar por sus mejillas como símbolos silenciosos del dolor que siente.

Me sorprende la fortaleza de esta mujer a pesar del momento doloroso que vive junto a sus hijos.

No sé por qué, pero la comparo a un barquito de papel que sobrevive en medio de una tormenta en el océano a pesar de los vientos huracanados.

Y me conmueve que en lugar de exigir justicia con el asesino de su esposo, hable de perdón.

Y me estremecen la voz entrecortada y el coraje para dar la cara cuando lo normal sería esconderla debajo de la almohada y gritar de desesperación.

El labio inferior le tiembla, sacudido por las emociones encontradas.

“Oremos –dice-: por el corazón y alma del autor de la muerte de mi esposo”.

Se refiere a Rigoberto Paredes, el joven que fue captado por las cámaras cuando acuchillaba al abogado Eduardo Montes.

Qué mujer tan valiente –pienso.

Julissa sigue llorando.

Y yo no dejo de conmoverme.

“Estoy destrozada… No puedo explicar el dolor que me desgarra por dentro”, dice. Y más lágrimas bajan por sus mejillas.

Y vuelve a hablar de perdón en lugar de venganza.

Pide que oremos todos por la paz del país, no que nos insultemos.

Sus palabras unen.

No son incendiarias. Ni están cargadas de odio.

Es una voz que clama en medio de este desierto de alacranes que quieren clavar sus aguijones venenosos de rencor, desesperanza, insultos, acusaciones…

Pues Julissa Aguilar ha preferido tomar el camino más difícil -el del perdón-, cuando lo más fácil, lo comprensible, sería dejarse llevar por la amargura que le provoca que su esposo haya muerto de manera tan cruel e injusta.

“Clamo a Dios todas las noches para que mis hijos y yo podamos soportar este dolor”, dice. “Solo Él nos dará la fortaleza”.

Y luego nos da otra lección: no tiene ningún interés en sacarle provecho a su desgracia.

“No estoy acá para hacer política ni para que me conozcan ni para ser famosa”, le dice al periodista Renato Álvarez.

Y luego reconoce que la mata la nostalgia.

Y que extraña a su esposo, a quien describe como “Un hombre maravilloso”.

El amor que le tengo a Eduardo me hace comparecer para pedirle al pueblo hondureño por sus oraciones para que él pueda descansar en paz –dice.

No es el gobierno el que cambiará el país –señala-… Somos nosotras, las personas, pero solo si sembramos amor.

Calla por un segundo.

Recupera fuerzas.

“Lo único que lamento es que algunos vean a Rigoberto Paredes como un héroe nacional”.

Pero lo dice sin rencor, porque la fe y su esperanza no se lo permiten.

Julissa Aguilar llora.

Y yo también…

“Vamos a un anuncio”, dice Renato.

Pero mi corazón ya no tiene el valor de seguir viendo a Julissa Aguilar.

Y apago la tele.