(FOTOS: SERGIO MONTERO)
Sobre la barra hay botellas de cervezas y vasos vacíos, limones partidos por la mitad, platos con tortillas, pedazos de aguacate y de huevo duro.
De un lado de la barra está Fernando Pereira. Nadie le dice así. Aquí todos lo llaman Lando.
Sin embargo, él le agrega un piquete al apodo: “Prefiero que me digan Lando Aguacate”.
Junto a él, un empleado del bar prepara un célebre y mítico calambre, la bebida capaz de “desengomar”, pero que, curiosamente, puede provocar una buena goma.
Para decirlo de otra manera: el calambre te quita la goma… y también te la provoca.
DEL OTRO lado de la barra, a cuatro pasos de la calle, hay siete hombres sentados en sillas de metales con el cojín forrado de negro.
El primero es un pelón que habla poco y bebe mucho.
El segundo anda puesta una camisa blanca.
El tercero usa anteojos para el sol y tiene cara de cura.
El cuarto es uno de los más relajeros y bulliciosos. De camisa amarilla, molesta a mi amigo Charlie: “Ese es culerazazo. Tengan cuidado, que eso se pasa”.
El quinto toma con discreción. En silencio.
La sexta silla está vacía.
En la séptima silla se encuentra sentado un abogado.
En la octava silla no hay nadie.
Mi amigo Saúl Carranza está en la novena silla. Y, al igual que yo, la pasa de maravillas.
El calambre (cuya fórmula fue secretamente guardada durante décadas, pero que ahora se sabe que lleva ginebra, vino, limón, azúcar y hielo), le dio fama al New Bar; sin embargo, el verdadero éxito de este pintoresco establecimiento es su ambiente de relajo y camaradería.
“Este negocio tiene setenta años y nunca, escúcheme bien, nunca, ha habido un pleito”, cuenta Lando, quien repite que prefiere que le pongan el piquete de Aguacate.
Lando Aguacate. Así está mejor.
EN EL NEW Bar (como está registrado el negocio), las manos solo sirven para llevarse el calambre a la boca y para orinar.
Los que las quieren usar para pelear o robar no son bienvenidos…
Los demás pueden pasar adelante.
Los relajeros.
Los vendedores de huevos de tortuga, de cd´s piratas, de cacacahuates…
Los abogados, los iletrados, los viejos, los jóvenes (de 18 para arriba), los extranjeros, los peludos, los pelones, los flacos, los gordos, los mujeriegos, los maricones…
Indignados, golpistas (de Estado, no de mujeres), policías… ¡En fin!
“AQUÍ NO discriminamos a nadie”, dice el hombre que está sentado en la cuarta silla del otro lado de la barra.
“Solo fijate que al Charlie nadie le dice nada… ¡Y es porrón y medio!”. Y cuando termina suelta una carcajada.
Todos se saludan como viejos amigos, mientras salen volando las chapas de las botellas de cervezas y se pierden debajo de la meses, y los clientes, animados por el alcohol, hablan de política, fútbol (“Selección más mierda la que tenemos”, suelta alguien), de la inseguridad del país y de lo cara que está la vida.
Hay apretones de manos y abrazos, y los gritos se estrellan contra las paredes. En una de ellas está la foto de doña Coca, la mamá de Lando.
Digo, de Lando Aguacate. Y un poco más a la izquierda, el retrato del general Carías Andino, y un reloj de Coca-Cola con las agujas detenidas exactamente a las 8:05.
En la otra pared cuelga una suvenir del Olimpia.
PORQUE DON José Valentín Pereira, el patriarca de la familia, nada menos y nada más que el legendario Tito Aguacate, era olimpista y cachureco.
“Y yo también soy olimpista y cachureco”, dice Lando… Lando Aguacate.
Y luego cuenta, con orgullo de primerizo, la historia que mil veces ha relatado: “A mi papá le decían Tito y como de boca les daba aguacate a los bolos, le empezaron a decir Tito Aguacate al bar”.
A las tres de la tarde con cuarenta y cinco minutos, el abogado que está sentado en la séptima silla, le dice a Sergio, nuestro artista de la lente: “Estoy a pija que este cabrón me esté tomando tanta foto”.
Es en serio y en broma.
Falta poco para que den las cuatro de la tarde cuando entra un señor de bigotes grises que lleva puesta una camisa roja con flores blancas.
“Ajá Diunsa, ¿qué pepes?”, lo saluda el gran Juan José Delgado, uno de los infaltables en Tito Aguacate.
¿Diunsa? ¿Por qué Diunsa? –pregunto.
“¡PORQUE este hijueputa vende ropa Diun-saco, ja, ja, ja!”, explica Charlie con otra carcajada.
Diunsa imita un pase de Michael Jackson. El show no es gratis. Pues hay que pasarle una cerveza.
“Diunsa es alcohólico anónimo”, dice Charlie.
“Es verdad –interviene Diunsa-. Hoy, cuando vaya, les voy a decir: Buenas noches, queridos compañeros… Quiero informales que tengo dos días de no tomar una gota… pero de guaro, porque cerveza si me he metido a lo penco, ja, ja, ja”.
La risa de Diunsa se va volando; los minutos también.
Las manecillas del reloj de Coca-Cola siguen detenidas a las 8:05, pero en realidad ya son más de las cinco de la tarde.
Del otro lado del mostrador, el heredero del legendario Tito Aguacate prepara un calambre.
“Ya sabe, regrese cuando quiera”, me dice don Lando…
Digo, don Lando Aguacate.
Me despido.
“YA SABE, no se acerque mucho a Charlie porque es culerazazo”, me dice el hombre de la camisa amarilla.
Le doy la mano a todo el que encuentro en el camino, como lo hacen los jugadores de fútbol antes de empezar el partido.
Salgo a la calle. A unos diez pasos está el Parque Central.
No contaré qué tomé ni cuánto.
Lo único que revelaré es que mientras camino empiezo a sentir “CALAMBRES” por todo el cuerpo…