A esos que les gusta estar mamados…

Tengo varios amigos que pasan obsesionados con la onda de los ejercicios.

Compran pastas y pastillas raras, toman brebajes extraños, se pasan viendo las nalgas en el espejo, sacan el pecho como Pepe Cortisona, el de Condorito.

Cuando uno les da la mano, casi se la arrancan porque ponen fuerza desmedida para apantallar.

Leen revistas de hombres musculosos. Y se ponen pantalones y camisas mamadas.

Además –en lo que me parece una actitud sospechosa-, se fijan en uno. “Hey, tenés un poco de panza” o “Te falta tonificar los brazos”.

Creo sospechar que la película favorita de ellos es Terminator y que se emocionan cuando Arnold sale en pelotas.

De todo eso me acordé mientras leía el siguiente artículo relacionado con personas que dedican gran parte de su vida a levantar pesas. Espero que eso no le ocurra a ninguno de mis amigos…

 

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Pradeep Bala, de 25 años, es objetivamente grande: tiene brazos enormes, hombros anchos y un pecho gigante. Pero él está descontento con su talla.

“Hay días en los que me miro al espejo y me doy asco”, confiesa.

“Me veo flaco y me digo a mí mismo: ´¿Qué te pasa? eres débil, ¿qué problema tienes? mírate, ¿qué has hecho?´. Y me empiezo a pegar a mí mismo con fuerza”

Su obsesión por conseguir lo que él considera un “cuerpo perfecto” lo llevó hasta un trastorno poco conocido llamado “vigorexia” o dismorfia muscular.

Se trata de una preocupación obsesiva por el físico que afecta mayoritariamente a los hombres y que a veces se describe como una suerte de “anorexia al revés”.

NO ES PARA REÍRSE

Quienes padecen este trastorno se ven a sí mismos de complexión pequeña a pesar de ser más grandes y musculosos que la mayoría de la gente.

En Reino Unido se estima que uno de cada 10 hombres que acuden al gimnasio padece este trastorno, que puede conducir a la depresión, el abuso de esteroides y hasta el suicidio.

Para Pradeep, todo empezó cuando empezó a comparar su cuerpo con el de los hombres que veía en las revistas.

“La mía es la clásica historia de quien ve a un tipo en una revista y quiere ser igual”, dice.

“Me levantaba, entrenaba duro y luego dormía. Eso era todo. Y después me metía ese ese diálogo interno destructivo en el que me exigía portarme como hombre”, cuenta.

Y agrega: Esto me provoca ansiedad y depresión.

Cuando Pradeep empezó a entrenar y a seguir una dieta estricta, se sintió muy bien. Pero pronto esa rutina empezó a dominar su vida y ya no importaba cuánto músculo iba ganando, siempre quería más.

TENEMOS UN PROBLEMA

Pradeep dice que empezó a notar que algo no iba bien en la adolescencia, cuando tenía 17, 18 , o 19 años.

Inicialmente lo desestimé como algo sin importancia. No podía ni quería aceptar que tenía un problema”.

“Fue años después, cuando vi algunos documentales y conocí el término del trastorno, vigorexia, cuando me di cuenta que quizás me pasaba a mÍ. Yo estaba insatisfecho con lo que veía en el espejo, daba igual que me dijeran que se me veía bien”.

Y dice: “Perdí amigos. Los dejaba a un lado, me aislaba y no hablaba con ellos, no contestaba a las llamadas ni respondía a los mails”.

“Me pasaba el día en silencio, me levantaba y hacía el trabajo que tenía que hacer, entrenaba y me dormía. Eso era todo”.

OJO, MUCHO OJO

Rob Willson, presidente de la Fundación para el Trastorno de la Dismorfia Muscular en Reino Unido, dice que la condición está en aumento pero que muchos casos no son diagnosticados porque hay muy poca conciencia sobre el problema.

“Lo tienen miles de personas, que están excesivamente obsesionadas con su aspecto, tienen una autoestima muy baja y además tienen ansiedad y preocupación”, explica.

Según Willson, los hombres tienen una creciente presión sobre cómo debe ser su aspecto si quieren ser exitosos, poderosos y atractivos.

“Algunos individuos pueden volverse muy depresivos y desesperanzados, y eso puede llevar al suicidio”, alertó.

“Vemos una presión creciente sobre los hombres para ser musculosos, tener un cuerpo en forma de V (cintura estrecha y hombros anchos) y unos abdominales definidos”, añadió.

Oli Loyne tenía sólo 18 años cuando empezó a tomar esteroides para ganar más músculo.

Su madre, Sarah, cuenta que su dismorfia muscular pudo haber sido desencadenada por sus inseguridades relacionadas con su altura.

El entrenamiento excesivo combinado con el uso de esteroides hizo que Oli tuviera dos ataques al corazón y un derrame cerebral cuando tenía 19 años.

“Mucho tenía que ver con el hecho de que era muy bajo”, asegura su madre.

“Medía 1,58 cm. No era alto y quería compensar eso siendo tan ancho como le fuera posible”.

Oli murió de un tercer ataque al corazón a los 20 años de edad.

“No había manera de llegar a él. No se le podía hacer entrar en razón sobre qué le estaba haciendo a su cuerpo”, relata su madre.

PA´ TODA LA VIDA

Reflexionando sobre su trastorno, Pradeep Bala cree que en el origen está la educación que le dieron sus padres desde niño para que se esforzara siempre al 100 por ciento, fuera en la actividad que fuera.

“Siempre aspiré a conseguir logros mejores que los que la mayoría de la gente considera aceptables”.

Todavía cree que tiene mucho que mejorar para alcanzar su ideal de cuerpo perfecto, pero dice estar “en el buen camino”.

Pradeep sigue entrenando regularmente en el gimnasio, pero ahora se siente mejor y dice estar sobrellevando su vigorexia mucho mejor.

Tiene un aspecto saludable, no usa esteroides y come bien.

Pero reconoce que nunca estará totalmente conforme con su aspecto.

“Vivo con el trastorno, pero nunca dejaré de criticarme. Me diré, has alcanzado el 90 por ciento de tu potencial, ahora ver por el otro 10 por ciento”.

“Hasta cierto punto siempre tendré dismorfia muscular, no va a desaparecer totalmente”.