FOTOS: SERGIO MONTERO
“Venga, mi amor, hay de su talla, mire sin compromiso, mi reina”. Estas eran las palabras mientras cruzaba un pasillo “secreto” en el corazón del Mercado San Isidro.
Aquí hay muchísimos puestos de puestos comida. Me acerco a uno y pregunto dónde venden sopa de garrobo. Me contestan muy amable y me dicen: “¿Ah, usted lo que anda buscando es una sopa levanta muerto? Esas las venden donde doña Dorita”.
Le contesto “Sí, una sopa de esas”. Y me responde: “Es el último puesto de este pasillo”.
Recorrí el pasillo y era una combinación increíble de olores, yuca con chicharrón, chanfaina, sopa de res o de frijoles con pelleja, en fin, pero justo a mitad de camino se siente el olor de un rico garrobo que impregna el ambiente.
El puesto es una caseta con paredes de cerámica y piso de cemento. Hay ocho banquitos.
Corrí con la suerte de sentarme en uno de ellos, y digo esto porque estaba lleno. Claro, ya eran las 11:30 así que todos querían almorzar un plato de sopa para recargar pilas, mientras yo esperaba a que me atendiera doña Dorita, dueña del negocio.
La pobre no se daba abasto para despachar tanta gente.
No me podía quedar con las ganas de tomarme una sopa “levanta muertos”, así que ni modo, me tocó esperar. Después de unos 15 minutos se me acerca doña Dorita y me dice “¿Mama y usted que quiere?”.
Yo muy emocionada porque fin me iba a echar la sopita le dije que una sopa de garrobo. Uyyyuy, mi amor, se acaba de terminar la tanda, pero ya va a salir la otra, si se espera con gusto -me responde.
Un señor que ya estaba degustando de dicho manjar me dice: “Vale la pena esperar, señorita. Esta sopa la va a levantar”. Ja, ja, ja, no sé si fue una indirecta, pero bueno, me convenció y así me hice de un nuevo amigo: don Carlos.
Empezamos a platicar del puesto, don Carlos es fiel cliente de las sopas “Yo comencé a tomar sopas desde sus inicios, hace unos cuarenta y pico de años”.
Se escucha al fondo a doña Dorita decirle que “Son 45, viejo, da bien la información”.
¡Esta señora está en todo!
En la cocina se podía apreciar tinas de aluminio inmensas, estas solo las había visto en fotos de mi bisabuela, pensé que ya no existían, una para el caldo y otras para cocer el garrobo.
A la par, sacos enteros de yuca, plátano maduro, papas, cebolla, tomate, mínimo verde, y un fogón a todo vapor.
Me quedé embelesada viendo cómo esa señora pelaba y cortaba tan rápido todas aquellas verduras. Luego saca una olla pequeña, se da la vuelta y empieza agarrar botes de especias y achiote, después ni me pregunten qué eran. Sólo sé que hizo una mezcla y lo vacía a la olla de caldo.
Me voltea a ver y me dice “Dos minutos y ya está lista”. Y así fue. En dos minutos ya estaba lista la sopa y doña Dorita fue sacando aquel tremendo plato de sopa y me dijo: “Tenga, mama, hoy sí disfrute”.
La verdad no sabía por dónde empezar. Era demasiada grande, pero una vez que probé la primera cucharada no hubo quien me detuviera.
Definitivamente valió la pena la espera y los 120 lempiras que cuesta cada mega plato.
Minutos después que ya me había terminado la sopa, me levanto y me despido de Dorita, quien se acerca y me dice con una sonrisa pícara: “Levanta muertos, ¿va?”.