Historia ejemplar: de migrante a experto en avistamiento de aves

Por FABRICIO CASTILLO

¿Por qué emigrar si somos un país rico en muchas cosas? Es la pregunta que se hace el profesional del aviturismo, Alexander Alvarado, quien tiene una historia que contar como uno de tantos hondureños que han viajado a Estados Unidos en busca del mal llamado sueño americano.

Al igual que muchas personas a nivel mundial, Alvarado considera una injusticia para los seres humanos el decreto “Tolerancia Cero” puesto en práctica por el gobierno del presidente Donald Trump para separar a las familias en la frontera.

“Las políticas (antimigrantes) de Donald Trump van más allá y causan vergüenza incluso para los mismos estadounidenses”, advierte uno de los guías de avituristas que en el 2002 abandonó su hogar con rumbo al país del norte.

“A pesar que me fui mojado, ahora miro las cosas diferente, por el riesgo. Los criminales mexicanos detienen a la gente en el camino, los amenazan, los chantajean”, confiesa.

“Ahora ya no es lo mismo”, cuenta para luego agregar que “por eso le digo a la gente que aquí hay oportunidades. Se puede sobrevivir en Honduras vendiendo mango, empacando bolsas en un supermercado, solo se necesita creer en uno mismo y tener la convicción de salir adelante”. “Aquí hay oportunidades, no hay necesidad de emigrar, insiste”.

Advierte que la soledad a la que se someten los hondureños en Estados Unidos provoca que muchos equivoquen el camino.

“Todos los hondureños somos trabajadores”, asegura.

Alexander Alvarado 1

Advierte que la emigración solo puede llevar a las personas a perder la familia, se pierden la mayor parte de los principios porque no saben quién los esperará en Estados Unidos (un drogadicto, un borracho).

“Allá se va a convivir con personas extrañas, allá hay de todo. La gente se contamina, se daña la mente, con el deseo de hace dinero”, agrega.

Dice que la gente se contamina con un sistema que no existe aquí en Honduras.

Confió que “cuando regresé (de los Estados Unidos) vine destruido; hoy le doy gracias a Dios porque me deportaron, pues tengo mi oficio de guía de avituristas y he tenido la oportunidad de pajarear con el presidente Hernández y el embajador James Nealon”.

“La emigración no lleva a la gente a algo bueno, va a que lo desprecien”, insiste.

Su historia en la ruta migratoria

Cuando tenía 20 años, en el 2002, Alexander Alvarado agarró su mochila con poca ropa, pero con el sueño de llegar a los Estados Unidos a trabajar y así permitir que su madre tuviera su casita y sus hermanos continuaran sus estudios en el municipio de Santa Rita (Copán).

“Lo mío solo eran sueños, llegué solo a los Estados Unidos, incluso tengo cicatrices de cuando crucé la frontera en los bosques secos, las espinas”, cuenta.

“Trabajé de forma ilegal y en nueve mes me deportaron, me agarraron en el lugar donde estaba trabajando”, siguió contando.

Detalló que cuando se fue a Estados Unidos hizo la ruta migratoria, tardando un año en llegar, pues como no tenía dinero primero pernoctó en Guatemala donde trabajó un tiempo.

Luego – siguió contando- trabajó unos seis meses en el Distrito Federal (México).

Cuando ya tenía un poco de dinero se trasladó a Reynosa.

“Estando en el DF pude vivir una de las cosas más bonitas, se jugaban las eliminatorias de Corea y Japón 2002 y había un partido en el Estadio Azteca, yo fui a ese partido y verme en medio de tantos hondureños después de tener varios meses de estar fuera del país, me sacó la euforia, el orgullo, me pinté toda la cara y los brazos de azul”, contó con alegría.

En Reynosa –continuó- me hice de amigos que me orientaron para pasar a los Estados Unidos, me llenaron de miedo, que el río Bravo es profundo en ciertas áreas. Calculé la hora de cambio de vigilancia de la migra y sas…pasé al otro lado.

“Caminé bastante tiempo en una reserva natural en Santa Ana, llegué a una casa donde un perro me delató, una familia india-americana me acogió, me compró ropa, pues solo llevaba agua y una camisa”, añadió.

Ellos –los indio-americanos- me regalaron dinero para que me moviera de Maclaren, hacia Houston.

Retorno a la realidad

Cuando regresó a Honduras se encontró sin trabajo, a pesar que tiene la profesión de electricista.

“Llegué a Santa Rita de Copán frustrado sin un cinco, solo con el dinero que me dieron en el aeropuerto para llegar a mi casa, un jean y una camisa rota y con concreto en mis zapatos producto de mi trabajo en construcción”, dijo.

Confió que se enfermó de depresión, cayó en un círculo depresivo, hasta el punto que lo único que quería era matarse, porque no tenía trabajo ni dinero.

Sin embargo, por saber inglés y algo de francés, consiguió impartir clases y aunque se entretenía por las tardes, seguía mal.

Era tanta su depresión –cuenta- que hubo un día que pensé tirarme del puente de Santa Rita, pero un amigo me recomendó salir a caminar en las mañanas para distraerme.

Siguió contando que “le hice caso, empecé a escuchar a los pájaros que cantaban de alegría, eso me ayudó muchísimo”.

“Hubo gente que pensó que estaba loco o que era drogadicto, se burlaban de mí”, cuenta.

Pero hoy Alexander Alvarado está contento con su trabajo de aviturismo y con propiedad le pide a la gente “no emigrar, no vale la pena”…